03 nov 2022
La cruzada monetaria contra la inflación frena la economía global
Las subidas de tipos de casi un centenar de bancos centrales dejan a las economías en encefalograma plano y al borde de los números rojos.
Alrededor de noventa bancos centrales han enarbolado la bandera de la contención de precios hasta lograr mantenerlos a raya. Si es posible, a la mayor brevedad; aun a costa de sumergir a sus economías en etapas que combinen recesiones cortas con episodios leves de dinamismo que se prolongarían, si las tensiones geopolíticas y financieras tienden a remitir, a lo largo del bienio 2023-24. Este es, quizás, el mensaje más nítido de esta irónica radiografía de situación que acaba de pronunciar el Banco Mundial y que justifican las palabras del presidente de la Fed: “la lucha prioritaria contra la escalada de los precios traerá sacrificios a hogares y empresas”, alerta desde este verano Jerome Powell, anticipándose así a una esperada, aunque aún no constatada, fase de contracción del empleo, en pleno encarecimiento de hipotecas y de las tarjetas de crédito y dentro de un clima generalizado de mayores desembolsos familiares en las cestas de la compra. Y, en el ámbito empresarial, a la descontada temporada de crecientes dificultades de acceso a financiación en unos mercados de capitales de capa caída, que complicarán sus planes inversores en curso o en cartera y en medio de renuentes e inciertos episodios de resiliencia en sus cadenas productivas.
La Reserva Federal personifica esta huida hacia delante, el alejamiento del dinero próximo a intereses cero que ha presidido buena parte del periodo entre crisis. Desde la financiera de 2008 hasta la Gran Pandemia de 2020. Su último subida, de tres cuartos de punto, esta misma semana, es la cuarta consecutiva de este calibre, lo que ha situado el precio del dinero por encima de la barrera del 3,75% -oscila entre este nivel y el 4%-. La autoridad monetaria americana no había elevado el dinero con tanta virulencia, en maniobras del 0,75%, desde 1994, lo que ha propiciado que los analistas empiecen a concebir esta carestía tan súbita como el nuevo baremo a seguir; muy alejado de los repuntes del 0,25% que parecía la norma habitual en las últimas décadas.
En la misma línea, el Banco de Inglaterra (BoE), que antecedió a la Fed en el movimiento alcista para frenar la espiral inflacionista en las potencias industrializadas, ha subido hoy también 75 puntos básicos, hasta el 3%, aseverando su intención de sostener el valor de la libra, devaluada por el rechazo inversor al plan impositivo de la ya ex premier británica Liz Truss. Síntoma de que las cotizaciones de las divisas y la cruzada inflacionista dominan la toma de decisiones de los bancos centrales. El BCE elevó otros tres cuartos de punto, hasta el 2%, el precio del dinero a finales de octubre y se reserva otro movimiento similar o de al menos medio punto antes de final de año. La espiral alcista también se manifiesta en el casi centenar de bancos centrales que ha subido tipos desde el inicio de este año, con aproximadamente la mitad de ellos decretando al menos algún alza del 0,75%. Desde el estadounidense, al británico, el europeo, el canadiense, el suizo o el indonesio -entre otros de distintas latitudes-, han activado sus catapultas para llegar rápido y de forma precipitada al punto en el que empiece a detectarse una disminución de los precios en sus respectivas circunscripciones.
“Es el mayor recorrido alcista de los tipos en cinco décadas”, enfatiza el Banco Mundial. Sin que, por el momento, se detecte un retroceso de la preocupación internacional por una inflación aún galopante y sin muestras claras de su remisión. “Es incierto el momento en el que dejarán de elevar el dinero”, reconocen sus expertos. Aunque, desde luego, “no será inminente”, precisan.
La consigna de los bancos centrales está configurando riesgos de calado. La lucha abierta contra la inflación precipita a la economía global hacia la recesión, una amenaza que obliga en mayor o menor medida a las autoridades económicas a tomar cartas en el asunto. Aunque en este caso, en sentido inverso al de los jerarcas monetarios. Estos últimos pretenden enfriar la actividad en su reto casi exclusivo de frenar los precios, mientras los gobiernos se afanan por estimular sus PIB y mantener el pulso de sus mercados laborales. Sin demasiadas herramientas fiscales a su alcance después de los recursos empleados de forma masiva durante el bienio de la Covid para salir de la parálisis de la Gran Pandemia.
El Banco Mundial habla ya de una recesión sincronizada mundial, con una inflación persistente en 2023, con pérdida en masa de puestos de trabajo y una senda más enrevesada y cara por las subidas de tipos para empresas y hogares en su trayecto hacia la recuperación que sitúa, aunque de forma modesta y ralentizada, para 2024, precisa Ayhan Kose, vicepresidente de Crecimiento Equitativo del organismo multilateral. Si los bancos centrales no tienen éxito en frenar los IPC’s pronto, los números rojos y las restricciones laborales serán inevitables. Y, con ello, las protestas sociales, temor que ha trasladado el secretario general de Naciones Unidas, António Gutérres, en la reciente asamblea de la institución.
También desde el ámbito privado se observa con preocupación esta “carrera competitiva para saber qué banco central se atreve a subir tipos más rápido y con más intensidad”, explica Ethan Harris, economista jefe en Bank of America. Pese a que el dinero se ha situado en unos niveles restrictivos desconocidos en 15 años. O de que, como advierten en JP Morgan Chase, las subidas continuadas de tres cuartos de punto de la Fed no tienen parangón desde 1980. “Y parece que no van a parar aquí”, alertan. La estela seguida por los organismos de supervisión de Indonesia, Noruega, Filipinas, Suecia, Reino Unido o Suiza -entre otros- y que está dispuesta a explorar en varias ocasiones más el BCE consolidan la tesis de una acción concertada internacional.
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