14 jun 2023

EEUU y China caen en la trampa del ‘decoupling’ tecnológico

La ciberseguridad y la industria de los semiconductores aboca a las dos superpotencias a una rápida e inicialmente poco competitiva fragmentación de sus mercados.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

Desde que la Administración Biden prohibiera las exportaciones de tecnología y chips made in US a China, en octubre pasado -y recabase la cooperación de sus aliados europeos y asiáticos, a la que se han unido socios como Países Bajos, Japón o Australia, de una manera oficiosa, aunque sin constatación de sus cancillerías- las dudas sobre el curso de esta batalla entre superpotencias no presenta demasiados datos de rigor. Aunque la disputa existe, manifiesta intensidad y, sobre todo, inquieta a empresas, sectores e industrias por la virulencia que pueden tomar un combate cargado también de arsenales geopolíticos y que amenaza el futuro de la globalización.

En China se ha detectado un movimiento de cierta intensidad. No es la primera réplica a la Casa Blanca. Pero quizás sea la de mayor calado. Hasta ahora. Porque la Cyberspace Administration of China, el principal supervisor de ciberseguridad del gigante asiático acaba de anunciar -el pasado 22 de mayo- que prohibirá la compra de semiconductores del emporio industrial Micron, con sede en Idaho, que ha venido suministrando material de alta innovación para proyectos de infraestructuras del milmillonario plan de obras públicas impulsado tras la pandemia por Pekín. Esta institución habla de una “revisión de los criterios de ciberseguridad” y Micron de pérdidas de “casi dobles dígitos” en sus ingresos, de varios miles de millones de dólares.

La cruzada china contra el gigante de microprocesadores estadounidense supone un peldaño en la escalada de conflictividad comercial entre Washington y Pekín y un paso decidido en la guerra de los chips y en la disputa por el control de los minerales raros, esenciales en la carrera por los componentes tecnológicos de sectores como el del coche eléctrico, la robótica o el software.

Una maniobra que el presidente Joe Biden se ha encargado de anticipar, pero que no por ello se debe considerar menos preocupante. “Incluso si la Casa Blanca o el Congreso americano quisiera ahora un deshielo, la política china no va a cambiar”, alerta Shehzad Qazi, jefe de operaciones y asesor de datos de la consultora China Beige Book. “Podría producirse un conato cosmético de fumata blanca, pero sería subrepticio, porque en la superficie será difícil observar una relajación de las tensiones entre ambas superpotencias”. Como los que han intentado, al unísono, predicar la secretaria del Tesoro, Janet Yellen y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, que se ha llevado el viento ante las presiones republicanas para extender las prohibiciones hacia China.

Y que ha calado en el poder legislativo: “es tiempo de parar la persecución china”, explicaba esta semana pasada el republicano Jim Risch, insigne miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, quien dice estar “sumamente preocupado de que la Administración Biden caiga en el viejo hábito de no responder a los comportamientos indignos de mercado” del régimen chino.

El gigante asiático, sin embargo, se ha anticipado a los acontecimientos. Incluso antes del octubre pasado, cuando la Casa Blanca rubricó las primeras restricciones comerciales a Pekín. Con unas políticas de renacionalización de la industria de chips y equipamientos de tecnología avanzada y uso de know-how que recuerda el salto manufacturero del país en la década de los cincuenta. Hasta el punto de empezar a poner a prueba la resistencia de EEUU y de varios de sus aliados en Asia -Japón, Taiwán o Corea del Sur- y en Europa en el control de las cadenas de valor y el avance de la innovación en la industria tecnológica. A pesar de los cuantiosos subsidios desplegados por la Administración Biden -y la UE- para dar respaldo a la transición energética y a la digitalización de la que depende el éxito de las emisiones netas cero.

Pero, entretanto se transforman las líneas de financiación en nuevos nichos de relocalización y a la espera de si el decoupling tecnológico, el más avanzado de las diferentes fragmentaciones de la globalización que se han iniciado, más o menos soterradamente, por las disputas entre las dos mayores superpotencias económicas y comerciales, China ha ganado terreno en su intento de independizarse de la tecnología occidental.

“La habilidad de china para resistir y las opciones para limitar los efectos restrictivos de material tecnológico son escasas” porque las cadenas de valor y la oferta de suministro de la mayor parte de los negocios asociados están en manos de compañías americanas, europeas y japonesas, dice Qazi y, al mismo tiempo, “China es fuertemente dependiente de estos inputs”, por lo que sus autoridades “no pueden todavía cantar victoria con su relocalización manufacturera” de chips.

La decisión china de prohibir la importación del catálogo industrial de Micron parece estar más en relación a la advertencia de la secretaria de Comercio americana, Gina Raimondo, de que “no tolerarán” desde Washington nuevas “coerciones económicas” por parte de Pekín. Advertencia que surgió en la reciente cumbre del G-7 en Hiroshima. Pero que pone también en liza los 3.700 millones de dólares de inversiones de Micron en tecnología avanzada para chips en Japón, dado que la Chips and Science Act americana busca una repatriación productiva de sus compañías de ultramar y precipitar un sistema chino de tecnología con sus propias cadenas de valor.   

El decoupling tecnológico, pues, sigue su curso. Como lo demuestra la “tremenda presión” que las autoridades chinas están trasladando a su industria, explica Paul Triolo, vicepresidente en el gigante asiático de Albright Stonebridge Group, “sin perspectivas creíbles” hasta ahora. Triolo se hace eco en Foreign Policy de que Pekín trata de ganar tiempo en este posible des-ensamblaje en el que Emily Benson, del Center for Strategic and International Studies cree que “habrá muy distintas tomas de temperaturas y episodios de fricción”. Con China “intentado abrir grietas en los aliados occidentales”, admite Siaomeng Lu, director de la división geo-tecnológica de la firma Eurasia y dejando a países como Corea del Sur como uno de los máximos exponentes del daño y perjuicio de un divorcio global de las dos superpotencias.

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