05 jun 2024

El G-7 activa su ‘modo convergencia’ contra su doble velocidad económica

EEUU vuelve a ser el motor del club más selecto del mundo, pero presenta la inflación más persistente en un clima de letargo productivo y dudas monetarias.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

El club de los países ricos ha vuelto a perder sincronía. No es un fenómeno nuevo. Más bien, es la tónica habitual entre las siete economías más industrializadas del planeta que contemplan el paulatino e irremediable acercamiento productivo de cada vez más mercados emergentes. Pero no por ello resulta arriesgado que las cumbres semestrales del G-7, como la que acaba de tener lugar en Italia, no barajen fórmulas para hacer converger sus ciclos de negocios. En especial, en tiempos geopolíticamente convulsos, económicamente inquietantes e inciertos y con no pocas carreras competitivas por dominar el orden global como la tecnológica, en pleno boom de la IA, o la de la industria de chips y sus resortes para controlar minerales críticos o las energías limpias que han emergido desde la Gran Pandemia. 

En este contexto, la economía estadounidense es la que está experimentando mayor resiliencia. Hasta el punto de haber sorteado desde comienzos de 2023 cualquier atisbo de contracción en todos y cada uno de sus trimestres. El FMI así lo certificó en su reunión primaveral al afirmar no solo que era el más dinámico del G-7, sino el que más fuelle tendrá en 2024. Sin embargo, no es un ejercicio demasiado meritorio. La incertidumbre electoral mantiene al país y al mundo en vilo por la alta polarización que, a juicio del Fondo Monetario y de la práctica totalidad de los bancos de inversión, se ha instalado en la sociedad americana. Además, el resto de sus aliados del G-7 manifiestan una atonía preocupante.

El FMI y la OCDE inciden en que la economía global se apresta a atravesar una década de parálisis que solo la mecha de la productividad de la Inteligencia Artificial (IA) y la chispa de los avances en la neutralidad energética podría activar. Siempre y cuando el voltaje geopolítico se comience a encapsular y los mercados vislumbren horizontes de inversión menos oscilantes y volátiles.

La cita italiana del G-7 pasó revista a este mutante orden internacional. Con el desafío de inculcar entre sus autoridades económicas y monetarias el retorno a una cierta simetría que devuelva a sus socios norteamericanos -EEUU y Canadá- a sus potenciales de crecimiento sostenidos, a sus miembros europeos los signos de vitalidad perdidos desde el verano de 2023 -tras superar tanto la crisis sanitaria de la Covid-19, como la energética provocada por el cierre del grifo petrolífero y gasístico ruso-, a corregir la arritmia japonesa después de salir durante unos ilusionantes doce meses de tres decenios de estancamiento deflacionista y a reanimar a la deprimida economía británica del círculo vicioso en el que penetró con la crisis de la deuda europea en 2010 y que se agravó por el Brexit y su duro divorcio de la UE.        

Los gobernadores de sus bancos centrales sondearon las opciones de un aterrizaje suave de sus tipos de interés. Con la Fed encabezando las dudas por la pertinaz inflación, que todavía supera holgadamente el 3%, y el BCE, el Banco de Inglaterra y su homólogo canadiense en la antesala de rebajarlos en junio, desde el 4,5%; el 5,25% y el 5% respectivamente con sus IPC sin dominar aún, pero con la aparente predisposición de sus halcones a emprender la cuesta abajo antes del verano. La Reserva Federal, en cambio, ha vuelto a generar dudas sobre otro movimiento alcista antes de aplicar su pócima reductora, con el Banco de Japón, en sentido contrario, sacando los tipos de interés de sus décadas de hibernación próximas a cero, pese a las señales de contracción de precios.

Sin embargo, la gran apuesta de las autoridades monetarias, y por la que aseguraron que harán uso de todo el instrumental que le proporcionan sus estatutos para actuar en los mercados, fue la sobrevaloración del dólar que ha llevado a mínimos históricos al yen, debilitado enormemente a la libra y devuelto al euro casi a su paridad cambiaria. Además de la aplicación de medidas de disciplina fiscal y estrategias de pago de sus elevadísimos endeudamientos. Con Japón como la economía más endeudada del mundo y EEUU aumentando su cota por encima de los 34 billones de dólares, con previsión de que alcance el 124,3% de su PIB este año, sumando 2 billones desde julio de 2023 y sufragando 2 millones por minuto en marzo por intereses.

La OCDE, presente en el cónclave del G-7, apuntó a que el monstruo de la deuda que viene a ver a los países ricos en de enorme dimensión. Sus socios, de rentas altas, engrosarán sus deudas soberanas en un 40% y las corporativas en otro 37% en 2026 al tener que pagar la rentabilidad de las emisiones de bonos lanzadas desde la crisis de 2008, aunque, sobre todo, las de 3 y 5 años que lanzaron con la Gran Pandemia. A tipos de interés anormalmente altos, sin parangón desde el inicio del siglo. 

En el terreno económico, al G-7 le preocupa la doble velocidad que ha tomado la actividad global y la asimetría de sus inflaciones y de sus gastos de consumo e inversiones empresariales, los dos factores de la demanda interna, y las catapultas de los IPC. “El ciclo de negocios es obviamente más fuerte en EEUU, pero su crecimiento atrae mayor inflación y, aunque se manifiesta mucho más resistente, la prudencia de la Reserva Federal a la hora de rebajar tipos hace que el compás de espera se prolongue aún durante algún tiempo”. Así de contundente resumió el panorama el gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau.

Mientras, los responsables económicos fijan su atención en amoldar los subsidios a las industrias y a eludir un posible decoupling de la globalización, para lo cual necesitan ver que las inflaciones se corrigen y la actividad “sale del letargo”, como comentó el ministro francés, Bruno Le Maire. Si bien, para Janet Yellen, secretaria del Tesoro, la prioridad será “devolver la calma a las bolsas”, corregir los diferenciales de tipos para contener la escalada del dólar y “trasladar la sintonía” de las políticas económicas del G-7 con actos constantes y sonantes.  

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