10 nov 2021
El clima económico nubla las hojas de ruta de los bancos centrales
Un otoño adverso ha desbordado los IPC y ralentizado las economías. Las autoridades monetarias se inclinan, de momento, por conservar los tipos de interés a cero.
Los bancos centrales han activado sus sistemas de alarma. Vigilancia máxima. Porque el ciclo de negocios no cesa de emitir señales de súbitos cambios de rumbo de la coyuntura internacional, lo que, en la jerga reguladora se conoce como fase de wait and see. A juzgar por la interpretación oficial de los bancos centrales el debate es aún prematuro, aunque existe, y empieza a ser una constante en sus comités de decisión y se ha convertido en candente entre los analistas del mercado. Christine Lagarde, presidenta del BCE, acaba de reforzar su apuesta por el actual precio del dinero ultrabarato en la zona del euro, de apuntalar la estrategia monetaria en vigor, que sigue viva -dijo- a pesar de un salto de la inflación más brusco y elevado de lo esperado y de desmarcarse de las predicciones que auguran el abandono de los tipos de interés próximos a cero el próximo año. Si bien, al mismo tiempo, dejó constancia de que algo se está moviendo entre bastidores; en el seno de su comité ejecutivo, en Fráncfort. Porque el apelativo “temporal” con el que tanto el BCE como la Reserva Federal e, incluso, otros grandes bancos centrales como el de Inglaterra (BoE) han venido definiendo la reaparición del espectro inflacionistas -después de casi dos largas décadas en estado de hibernación- empieza a difuminarse.
El consenso inversor habla de alza de tipos en septiembre de 2022 y de final de prórroga de los estímulos monetarios -programa de compra de activos- a partir de marzo. Una fecha temporal que anticipan, incluso, al otro lado del Atlántico. En los dos principales bancos centrales, la lucha entre halcones y palomas parece haberse declarado. A cuenta de una coyuntura mundial que se mueve en torno a estos seis parámetros.
El cuello de botella del comercio global. El coste de un container para transporte marítimo se ha cuadruplicado. Su envío de Shanghái a Nueva York ha pasado de valer 2.500 dólares a 15.000. Puertos colapsados; cancelaciones masivas de contratos de buques mercantes o dificultades de tránsito en choke-points -pasarelas de navegación- desde el bloqueo del Canal de Suez por parte del mega-carguero Ever Given, a finales de marzo, han abonado el terreno de una crisis logística inesperada. En pleno aumento de la demanda, y cuando las empresas se afanan por restablecer sus cadenas de valor tras la Gran Pandemia. El libre comercio -alertan desde Foreign Policy- ha muerto, mientras nace un modelo de intercambio de mercancías de “riesgo gestionado”. Apple es una de las últimas multinacionales en justificar sus caídas de resultados del tercer trimestre por el descenso de sus líneas de comercio y dar por descontado una campaña navideña que será incapaz de atender la demanda de sus principales mercados.
Las cadenas productivas siguen en restauración. Un fenómeno con vasos comunicantes en casi la totalidad de sectores. Una reciente encuesta de Deloitte precisa que es la gran preocupación entre los ejecutivos de compañías transnacionales. Un 64% así lo cree, al admitir un bloqueo de los suministros, que los inventarios de los comercios minoristas están bajo mínimos y al anticipar que los consumidores verán encarecer sus compras en el tramo final del año; con reducciones de las promociones comerciales y de campañas emblemáticas como las del Black Friday o las de Navidad, para las que vislumbrarán problemas de abastecimiento.
Expectativas del consumo en caída libre. Entre los consumidores de la zona del euro se muestra una inquietud por las presiones inflacionistas desconocida desde 1993, según el barómetro de la Comisión de octubre. Ante la poca credibilidad que les genera la “larga fase de temporalidad” de los precios del discurso oficial del BCE, frente a su sensación de que la tendencia alcista de los IPC se está asentando como un fenómeno “más persistente que amenaza la recuperación” y que se aleja del diagnóstico del banco emisor.
En EEUU, la contracción del gasto de los consumidores ha sido elocuente en el tercer trimestre; hasta el punto de retraer en 2,3 puntos porcentuales el dinamismo del PIB. Con industrias como la automovilística bajo mínimos productivos y con unos stocks vacíos por el intenso y nada fugaz déficit de entrega de pedidos de microchips, material electrónico y componentes.
Ralentización económica... El PIB americano del verano ha activado las alarmas. Su alza apenas ha sido de un 2% en términos interanuales y seis décimas por debajo de unas previsiones ya a la baja. Sostenido por el gasto de las familias -cuyo poder adquisitivo, a su vez, se ha sustentado con los últimos programas de estímulo fiscal-, que creció, aunque de forma anémica, en un 1,6%. Pero que deja un ritmo de actividad muy por detrás del 6,7% del periodo abril-junio, cuando el consumo personal saltó hasta el 12%, como acaba de revelar el Departamento de Comercio. Por si fuera poco, la réplica en Europa ha sido inmediata. El repunte de la economía del euro ha sido algo más intenso, del 2,2%, bajo el impulso de los PIB de Francia e Italia, en tasas del 3%, y que contrarrestan las más decepcionantes de Alemania (1,8%) y España (2%), que permanecen por debajo de las expectativas y desvirtúan los cuadros de previsiones de sus gobiernos.
…con altas tensiones inflacionistas. Porque los precios, en Europa, han saltado hasta el 4,1% en octubre, una cota desconocida desde 2008, en los meses que precedieron a la crisis financiera y en España, hasta el 5,5%, la mayor desde 1992 y 1,5 puntos por encima de las predicciones. En EEUU, en los últimos doce meses, los precios se han encarecido hasta un 4,5% -solo una décima por debajo de la alemana en octubre- tras repuntar al 5,4% en septiembre y, lo que es peor, con una evolución del índice subyacente, que excluye combustibles y alimentos, en niveles similares a los de la tasa general. En la zona del euro, este barómetro se sitúa en el 2,1%; sobre el límite inflacionista del BCE y en su nivel más elevado en casi dos décadas.
Pero sin temor a la estanflación. Al menos, por ahora, desde las autoridades gubernamentales, instituciones multilaterales y bancos centrales, que parecen conjugarse en ni siquiera mencionar esta posibilidad. Aunque, eso sí, sin el beneplácito del mercado. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, es la última jefa económica que insiste en que la inflación es transitoria y que los precios de la energía se moderarán en los próximos meses. Mientras la economista jefe del FMI, Gita Gopinath, hacía hincapié en que no se puede hablar de ralentización con un crecimiento del PIB mundial del 5,9% este año, según las predicciones de la reciente cumbre otoñal del Fondo, y la presidenta del BCE, avanzando que los programas de compra de deuda seguirán su curso, pese a que “paulatinamente” irán aminorando su capacidad, como determinan y admiten las últimas actas de la institución; eso sí, después de calificar de “comparación odiosa” el levantamiento de estos programas de estímulo monetario a corto plazo en otros bancos centrales, en referencia a la Reserva Federal. Y pese a que en Fráncfort convivan los partidarios de postponerlos y los que prefieren cancelarlos para ponerlos de nuevo en marcha si fuera necesario para impulsar el dinamismo y fomentar los flujos crediticios.
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