03 ene 2022

Los bancos centrales asumen que la inflación amenaza el ciclo post-Covid

Hasta una veintena de autoridades monetarias han admitido que el despegue de la actividad global sufre las embestidas de un huracán inflacionista de altas presiones.

Los tres poderosos cuellos de botella que obstruyen desde el segundo trimestre de actividad al ciclo de negocios post-Covid -entre julio y septiembre- ya han emitido la primera señal nítida de gripaje del motor. La inflación, cuyo espectro permanecía dormido en las economías de rentas altas desde finales de los noventa, y que ha saltado -casi en pleno despegue de la Gran Pandemia que condujo a la primera recesión global en tiempos de paz de la historia moderna-, hasta cotas desconocidas desde la crisis petrolífera de la década de los setenta, ha irrumpido con inusitada virulencia. Hasta el punto de que el diagnóstico de los bancos centrales ha sucumbido al canto de sirenas que procedía desde hace meses del mercado y empieza a desvelar que las escaladas de los precios, lejos de ser “transitorias”, se han convertido en el auténtico Caballo de Troya de la coyuntura global. La crisis logística y de las cadenas de valor, que ha distorsionado la ley de la oferta y de la demanda comercial; la energética, que ha disparado los costes de la electricidad, y la laboral, con la aparición del inédito fenómeno de la Gran Dimisión, han catapultado los IPC de las potencias industrializadas y de los grandes mercados emergentes y han puesto en guardia -y en máximo estado de alerta- a sus autoridades monetarias.

Hasta una veintena de bancos centrales de todo el mundo modificaron en las últimas fechas de 2021 sus hojas de ruta y sus recién proclamadas políticas de transparencia comunicativa. Con el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, llevando la manija y dando el primer paso para la pérdida del compás monetario trasatlántico. Al declarar la inflación como la “gran amenaza” de la expansión económica estadounidense y sobre el retorno del empleo a los niveles previos a la epidemia. Y no se limitó a reconocer este cambio de valoración, desde su visión “temporal” de las presiones inflacionistas. También enterró la hoja de ruta que no preveía la primera subida de tipos hasta bien entrado 2023 y la sustituyó por otra en la que augura tres encarecimientos del dinero a lo largo del próximo año. Muy presumiblemente la primera, como descuenta ya el mercado, en el mes de marzo. Momento en el que se retirarían las compras de activos y bonos. “Necesitamos otra fase de prolongada prosperidad, como las que hemos registrado en los últimos 40 años”, explicaba Powell en su primera comparecencia oficial desde que la Casa Blanca le diera luz verde a la renovación, por otros cuatro años, hasta 2026, de su cargo como máximo responsable de la Fed. Antes de insistir en que los precios son el enemigo público número uno de este objetivo.

El BCE, por su parte, anunció el final de su plan de compras de activos para combatir la epidemia (PEPP, según sus siglas en inglés) desde el último tramo del mes de marzo próximo. Si bien hará uso del instrumental de estímulos previo a la crisis sanitaria con posterioridad. Dada la “alta incertidumbre” por la que atraviesa la coyuntura global y europea, que requiere, como acaba de aconsejar el FMI a la zona del euro, la prolongación de la actual estrategia monetaria acomodaticia y, como apuntaló Christine Lagarde, “elevadas dosis de flexibilidad”. Es decir, que seguirá el riego crediticio, porque la suspensión de sus 1,85 billones de euros desde marzo se va a plantear con un arsenal más convencional. Al proseguir la “brutal transición” hacia el ciclo de negocios post-Covid, en el que la inflación ha pasado a tener una “temporalidad persistente”. Y pueda poner en entredicho, de mantener su tendencia alcista, una recuperación sobre la que el BCE conserva todavía su as en la manga: prologar los tipos de interés próximos a cero -de hecho, en territorio negativo- a lo largo de todo 2022. Cuanto menos. Mientras el APP -Asset Purchase Program-, que se duplicó hasta los 40.000 millones de euros al mes en el segundo trimestre para espolear la recuperación, ya se redujo a los 20.000 millones en octubre.

El desafío, sin embargo, de estrechar el control sobre los precios no será nada baladí, tal y como admite el propio BCE con la revisión del cuadro económico. Al alza, obviamente, su predicción de inflación, hasta el 3,2% en 2022, aunque al 1,8%, por debajo del techo del 2% de sus estatutos, en 2023 y 2024 -dando pábulo a su apuesta por la transitoriedad- y a la baja, la del crecimiento, hasta el 5,1% este año, el 4,2% el próximo, y al 2,9% en 2023 y al 1,6% en 2024. Debido a la doble crisis, la energética y la logística que induce a pensar en esa transitoriedad algo más prolongada -explicó Lagarde-, pero que “no impedirá el progreso de la recuperación a medio plazo con una inflación poco a poco remitiendo hacia su control por debajo del 2% al calor de las compras de activos”. La presidenta del BCE incidió en que los precios permanecerán elevados en el horizonte cercano, aunque “esperamos que desciendan en el transcurso del próximo ejercicio”.

El Banco de Inglaterra (BoE) ha sido el primero del G-7 en mover ficha al decretar un aumento casi testimonial, pero significativo, del 0,15%, de los tipos de interés, hasta dejar el precio del dinero en el 0,25%. Desde la bajada casi sincronizada de las mayores economías del planeta con la proclamación de la Gran Pandemia. Al que siguió casi de inmediato el Banco de Canadá dentro de una fase de encarecimiento entre los mercados emergentes -muy visible también entre los europeos del Este, aunque también en Noruega- que presenta botones de muestra de relajación monetaria, como Turquía, cuyo ejercicio ha sido tildado en el mercado como ajeno a cualquier ortodoxia en su cometido de contener la caída libre de la lira tras la tregua cambiaria de la crisis sanitaria; por influencia directa de su jefe del Estado, Recep Tayyip Erdogan, a su banco central, que situó los tipos en el 14% antes de que concluyera 2021. Un toque a la baja de cinco puntos. La cuarta rebaja desde septiembre. 

El gobernador del BoE, Andrew Bailey, hizo suya la tesis de los halcones de su institución y señaló a la “más que persistente” inflación como causante de la primera subida de tipos en tres años. En línea con Lagarde. Si bien también invocó a Powell al decir que “ante las evidencias de una mayor rigidez en el mercado laboral, nos hemos visto en la obligación de actuar”. En su opinión, “la preocupación sobre la inflación a medio plazo está justificada”. 

Las tasas de inflación de EEUU -en el 6,8%- en la zona del euro -en el 4,9%- y en Reino Unido -en el 4,6%-, todas con perspectivas de mayor incremento en los próximos meses, y un barómetro subyacente, que excluye los precios energéticos y de los alimentos, del 4,9%; del 2,6% y del 4%, respectivamente en cada uno de las tres economías, induce a pensar que el efecto de la escalada de la electricidad y el cuello de botella del comercio, que ha ahogado la demanda del consumo global, están detrás del daño colateral de la inflación sobre la actividad.

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