27 abr 2023

La ilusión óptica de la ‘Mona Lisa’ irrumpe en la economía global

La coyuntura es un puzzle en el que cada jornada se observan perspectivas distintas y perfiles tenues pero claves para crear luces y sombras, como el lienzo de Da Vinci.

La comparación la acaba de lanzar The Economist para tratar de explicar qué está ocurriendo en la economía mundial, en un estado volátil, con datos y análisis oscilantes, alto voltaje geopolítico o ausencia de cualquier consenso sólido a la hora de interpretar si la espiral inflacionista de más intensidad en cuarenta años va a expirar en los próximos meses. O si ha sido feroz, pero pasajera, como presagiaban las autoridades monetarias antes de emprender el ciclo de encarecimiento del dinero de mayor celeridad y contundencia de la historia reciente o, por el contrario, va a ser aún persistente en el tiempo y conducirá, en consecuencia, a un episodio de restricción crediticia y de recesión económica.

A primera vista, al presenciar la que para muchos es la pintura más famosa del mundo, la práctica totalidad de sus observadores considera que la modelo elegida por Leonardo Da Vinci despliega una enigmática sonrisa. De forma que, según la perspectiva desde la que se mire, será de mayor o menor profusión y encanto. La ambigüedad que logró recrear Da Vinci es fruto de una técnica que denominó el sfumato y que, en esencia, se basa en suprimir las líneas de trazos de la cara de la Mona Lisa. El resultado es que no importa el lugar desde el que la observes, porque siempre tendrá un resultado distinto, personal e intransferible. 

Con el ciclo de negocios post-Covid sucede algo parecido. Cada jornada, ocurre algo distinto a lo predecible. El último episodio, la crisis bancaria americana, hizo presagiar al núcleo esencial del análisis económico que se avecinaba un aterrizaje brusco de la actividad con profunda recesión. O, dicho de otro modo: que el colapso del Silicon Valley Bank (SVB) iba a acabar con el escenario de dinamismo que emergió con los estímulos económicos y monetarios para capear los efectos de la denominada Gran Pandemia, que causó la mayor recesión sincronizada global en tiempos de paz.

Semanas después, sin embargo, en el horizonte no se aprecian signos de emergencia que hagan presagiar un aterrizaje. Y mucho menos, brusco. Hay señales de contracción en EEUU que vienen de la caída de beneficios en el primer trimestre del año, de la paralización de las compraventas de viviendas o de los vestigios iniciales de un reajuste en su, hasta ahora, activo mercado laboral. Pero las economías parecen estar digiriendo, no sin dificultades, aunque tampoco hasta el punto de atisbar números rojos inmediatos. A pesar de las opiniones generalizadas, desde el verano pasado, de que se producirían recesos más o menos intensos en las potencias industrializadas.

En EEUU, por ejemplo, los datos han superado desde entonces a las expectativas, con el último ritmo trimestral, el de finales de 2022, duplicando con creces el crecimiento marcado por su PIB en 2019. Pese a que el término “incertidumbre” ha aparecido más de 60 veces en el informe del FMI de primavera. El World Economic Outlook (WEO), el diagnóstico semestral de la institución multilateral sobre la coyuntura internacional, incidía en que el tsunami financiero estaba todavía lejos de remitir y dejaba entrever la necesidad de que los bancos centrales ralentizaran sus rallies alcistas.

Algo insospechado, incluso en la reunión de marzo de la Reserva Federal, que no subió el medio punto previsto por los mercados, en plena quiebra de los cuatro bancos medianos americanos, aunque sí lo hizo en un cuarto de punto, con el mercado descontado que Jerome Powell seguiría primando su cruzada contra la inflación. De manera mayoritaria, el consenso apostaba -y lo sigue haciendo- por subidas de tipos. Al igual que en el caso del BCE. Contra el criterio de los analistas que consideran necesario -y hasta urgente- que las autoridades monetarias atiendan al vigor de la economía y del empleo, parámetros que también deben contemplar según sus obligaciones estatutarias, donde el protagonismo se dirige a mantener a raya la inflación.

Las voces de las autoridades monetarias admiten no atreverse a avanzar el momento del declive de los precios. Mientras los datos les conceden treguas trimestrales. Porque sus economías no acaban de entrar en territorio negativo. “No es posible determinar el punto de regresión de los tipos de interés” en función de los IPC’s -explicaba hace unas fechas Christine Lagarde, máxima dirigente del BCE-, en un momento en el que las tasas subyacentes han superado la evolución de los indicadores generales de precios a uno y otro lado del Atlántico.      

Quizás el mundo se ha vuelto más volátil, apuntan en el semanario británico. Y no solo por 2023. En el trienio de ciclo post-Covid, la economía mostró la suficiente resiliencia y elasticidad como para superar unos históricos cuellos de botella de las cadenas de valor empresariales, logísticas y comerciales, un energy crunch en toda regla y, en la actualidad, el pánico a otra crisis bancaria. 

Aunque también parece que los cambios son más profundos y las transiciones desde episodios disruptivos que van y vienen parecen evolucionar con suma celeridad. Incluso en asuntos de la máxima urgencia coyuntural. En el último trimestre de 2022, como explica Kamil Kovar, analista de Moody’s, la tasa anualizada de la inflación en la esfera industrializada pasó del 3,1% al 4,3%. Desde entonces, los precios subyacentes -descontados energía y alimentos- han superado con creces sus indicadores, hasta el mundo de que, en marzo, se había ralentizado a una horquilla, descontado los ajustes desestacionalizados, de entre dos y cuatro décimas.

Al igual que la predisposición de sus sociedades a los cambios. En EEUU, tanto para impulsar el fenómeno de la Gran Dimisión que surgió tras la Gran Pandemia como, con posterioridad, ya en 2023, corregir los veinte de millones de trabajadores que renunciaron a sus puestos de trabajo o a las vacantes de empleo porque los salarios ofertados no cubrían sus necesidades de calidad de vida e incorporarse al mercado de trabajo. De modo que los empleos en el aire han pasado de suponer casi el 60% a alrededor del 30%. Una estela que se sigue en Reino Unido, el segundo foco de rebelión de los trabajadores.  

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