08 jul 2024

EEUU debería poner en cuarentena su agresiva política comercial con China

Crecen las voces que reclaman a la Casa Blanca que resuelva sus disputas con China bajo pautas multilaterales y valore las políticas económicas a largo plazo de Pekín.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

La Administración Biden ha establecido nuevas tarifas sobre las importaciones chinas que han elevado en un 100% las adquisiciones de vehículos eléctricos, un 25% las baterías y otra porción similar a los minerales críticos procedentes del gigante asiático y hasta un 50% sobre las placas solares entre 2024 y 2026. Ha sido la vuelta de tuerca en la estrategia elegida por la Casa Blanca para frenar las ventajas competitivas que Pekín ha logrado en su declarado objetivo de arrebatar a Washington su hegemonía geopolítica, económica, tecnológica, militar y monetaria que inició Donald Trump en 2018 y que su sucesor demócrata elevó en otoño de 2022 al imponer vetos a su sector exterior y prohibiciones a la transferencia de capital tecnológico a sus empresas y las de sus aliados occidentales. 

Pero ¿logrará así EEUU limar su brecha comercial y tecnológica con China? A juicio del profesor de Columbia e investigador del SIPA’s Center on Global Energy Policy, Tom Moerenhout, no será así. Porque estas medidas proteccionistas atentan contra las reglas del comercio mundial, sobre las que China, de momento, no ha incurrido en ninguna colisión. Al menos, oficialmente.   

Para este analista ha sido EEUU quien ha roto la globalización. Puede que el gigante asiático lleve largas décadas sin respetar escrupulosamente las normas de la OMC con sus subsidios y ayudas estatales que han dañado la competitividad de otros mercados o las transferencias de propiedad industrial o intelectual. Pero no ha impuesto aranceles de forma unilateral ni en la escala que ha utilizado la Administración Biden. De hecho -argumenta- el actual inquilino del Despacho Oval ni siquiera ha acudido a la sede de la máxima institución multilateral de comercio en Ginebra en reivindicación de sus quejas. Como, en cambio, hizo Pekín con los subsidios estadounidenses al coche eléctrico que incluía la Inflation Reduction Act (IRA), una de las recetas estrella del llamado Bidenomics. En un año electoral como el actual.

La batalla competitiva está servida en varios frentes y en todos y cada uno de ellos los conflictos se han agudizado y EEUU ha llevado la voz cantante. En el orden comercial con los incrementos de aranceles, en el tecnológico con los vetos a los flujos de capital digital -incluida la influencia sobre sus socios para no contratar 5G a Huawei-, en el energético, con los muros a los vehículos eléctricos made in China y la involucración de la UE en este objetivo y en el orden global, dando pasos hacia una fragmentación de la globalización e instaurando medidas que chocan contra los principios del libre mercado y dejando en un limbo a la OMC.

A finales de abril, y como ha sucedido en nada menos que 75 ocasiones en el último lustro, desde la legislatura de Trump, EEUU ha vuelto a bloquear la designación del panel de disputas que se encarga de dirimir responsabilidades y sanciones por actuaciones que atenten contra la libertad de comercio y sus directrices internacionales. Pero, en esta ocasión, el veto podría ser definitivo. Los socios de la institución -la práctica totalidad de los Estados- podrán apelar contra decisiones, como hasta ahora, pero después de más de un lustro de barreras, el buque insignia del arbitraje de la OMC no solo navega sin capitanes al frente, sino que se ha quedado sin apenas tripulación.

De igual modo, la institución soporta una alarmante falta de consenso entre sus socios. Hasta el punto de que, en su última reunión ejecutiva, en marzo, se quedó sin aprobar el único punto del orden del día, la moratoria, por otros dos años, para no imponer tarifas al comercio digital, por decisión in extremis de India, Indonesia y Sudáfrica, detractores habituales de esta norma, que lleva en este limbo desde 1998, con la condición de que expirara en 2026. Argumento que roza el surrealismo y que sirvió a su directora general, la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala, para ironizar con “la buena noticia es que las empresas tendrán un tiempo suficiente de adaptación”.  

La parálisis de la OMC deja un baño de realpolitik. Nada se mueve en la OMC en un año electoral en EEUU. Aunque suponga un nuevo clavo en el ataúd de la organización.

Para Moerenhout, el origen de esta guerra comercial se produjo en la década de los noventa y en la siguiente, ya con China en la OMC, porque EEUU y las potencias industrializadas optaron por una servificación de sus sistemas productivos, en los que sus empresas acaparaban las líneas de negocio relacionadas con la Investigación y el Desarrollo, el branding, el diseño o el marketing mientras dejaban a los mercados asiáticos, esencialmente, y a China en particular los segmentos de menor valor añadido como la producción en economía de bajos salarios.

Pero este experto va más allá y critica a la Casa Blanca (y a Europa) por no aprender de los planes de planificación chinos, ahora que a ambos lados del Atlántico se han instaurado ayudas públicas y crecen los lobbies sectoriales en busca de recursos estatales para reubicar sus centros o poner en marcha innovadores modelos y ecosistemas de negocio. En China no hay cambios de criterio cada cierto tiempo, ni lobbies que asedian o hacen modificar políticas ni virajes bruscos ni en los programas oficiales ni en las partidas presupuestarias. Quizás sea ese el quid de la cuestión, dice.

No es la única voz. Hay otras que también piden cautela a EEUU y Europa. Andrei Lungu, del Study of the Asia-Pacific (RISAP) cree que los aliados han elegido “el momento inadecuado” para cargar contra China porque este “aumento brutal de tarifas” va a incentivar las interferencias de Pekín en vez de minimizar sus posibles daños tras “siete años con riesgo latente de decoupling” al que la número dos del FMI, Gita Gopinath, ha calculado su coste: “las tensiones entre ambas superpotencias y la precipitación hacia una Guerra Fría comercial con escalada de sus amenazas geopolíticas restaría, dependiendo de su gravedad, hasta un 7% al PIB global”.

Anatol Lieven, director del programa Eurasia del Quincy Institute for Responsible Statecraft, cree que “nadie está compitiendo con EEUU” y que el peligro de que la Casa Blanca “pierda su poder hegemónico es fruto de un mal cálculo geoestratégico, aunque demasiado serio como para que Washington dé marcha atrás”. En su opinión, la Administración Biden “debería considerar una retirada táctica”.

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