08 dic 2024

La caída del régimen de terror

Los frenéticos acontecimientos de las últimas dos semanas han puesto de manifiesto, nuevamente, como cualquier giro de guion en Oriente Medio es posible.

En apenas once días la miríada de grupos rebeldes, encabezados por el grupo salafista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), ha logrado derrocar al régimen autócrata y sanguinario de Bashar al-Asad; algo impensable tras más de trece años de guerra civil. Sin el apoyo de las fuerzas armadas rusas -desplegadas en el conflicto de Ucrania-, ni de las milicias de Hezbolá -reagrupadas en Líbano desde el inicio de la guerra contra Israel-, el ejército oficial sirio se ha desmoronado como un castillo de naipes. El vertiginoso avance de las formaciones rebeldes -apenas encontraron resistencia más allá de los enfrentamientos en Alepo y Hama-, se explica, también, por el apoyo de gran parte de la población, quienes han resistido en estas últimas décadas un nivel de represión y violencia difícilmente imaginable.

La caída de Asad -exiliado en Moscú, según las últimas informaciones- pone fin a uno de los capítulos más oscuros de Oriente Medio. La guerra civil, iniciada en marzo de 2011, se ha saldado con más de medio millón de fallecidos y siete millones de desplazados; a lo que habría que añadir el colapso de la economía, donde, a día de hoy, más del 90% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y cerca del 70% de la ciudadanía depende de la ayuda humanitaria para sobrevivir. Un conflicto marcado por episodios de extrema brutalidad, como el uso por parte del régimen de armas químicas contra la población y de las denominadas “bombas de barril”; una guerra que, entre una de sus numerosas derivadas, propició el nacimiento del Estado Islámico.

¿Y ahora qué?

Anticipar el futuro de Siria en los próximos años resulta extremadamente difícil. Cabe esperar que HTS, liderado por Abu Mohammed al Jawlani (uno de los terroristas más buscados por Estados Unidos), dirija el proceso de transición. Ahora bien, a partir de aquí los posibles escenarios son numerosos, debido a las diferencias -algunas insalvables- entre las distintas etnias y corrientes religiosas. La caída de Asad no implica necesariamente el final de la violencia, dado que el vacío de poder podría desembocar en una lucha intestina entre las facciones rebeldes, o entre formaciones enfrentadas (véase el ejemplo de los choques entre las milicias kurdas, reagrupadas en las denominadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) y el Ejército Nacional Sirio respaldado por Turquía. Por tanto, el abanico de posibilidades sobre el futuro de Siria es muy amplio; entre otros, la formación de un estado teocrático similar al que los talibanes han impuesto en Afganistán, o la balcanización del país, como ha ocurrido en Libia, tras el derrocamiento de Muamar el Gadafi. Todo ello dibuja un escenario anómalo y paradójico para la mayor parte de la población de Siria, donde se entremezcla la alegría y la esperanza por la caída del régimen del terror, con la incertidumbre y el miedo de lo que puede ocurrir en los próximos meses.

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