12 sep 2021

La guerra híbrida de Minsk

Se cumple un año desde el inicio de la crisis política en Bielorrusia que comenzó tras la victoria de Aleksander Lukashenko en las últimas elecciones presidenciales. Desde entonces, no han cesado las demostraciones ciudadanas exigiendo el fin de su mandato.

La reacción del presidente, en el poder desde 1994, ha sido redoblar la represión y la violencia del régimen contra todo aquel que se atreva a mostrar cualquier atisbo de oposición, llegando incluso a violar las normas de aviación internacionales. El turbulento contexto político bielorruso se ha visto reflejado en cambios en el tablero geopolítico internacional. Las relaciones entre Minsk y Moscú no han dejado de estrecharse hasta el punto que, actualmente, Rusia es su único apoyo externo. Occidente, por su parte, ha elevado la presión contra el gobierno mediante la adopción de una batería de sanciones económicas y políticas para trata así de desbancar al presidente del poder. Las últimas, anunciadas el pasado mes de agosto, prohíben la importación de potasio proveniente de Bielorrusia en Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, cortando así uno de los mayores flujos de divisas del régimen. Como represalia, Lukashenko ha recurrido a los flujos de migrantes para responder a los gobiernos occidentales. En concreto, más de 4.000 personas han atravesado la frontera entre Bielorrusia y Letonia en los últimos meses y cerca de unos 2.000 refugiados han cruzado hacia Polonia. La presión migratoria ha llegado hasta tal punto que la república báltica se vio obligada a declarar el estado de emergencia en la frontera, el pasado 10 de agosto. La utilización de los refugiados como instrumento de política exterior no es ninguna novedad. Turquía y Marruecos son claros ejemplos.  No obstante, se trata de la primera vez que Bielorrusia hace uso de los migrantes como elemento de presión con el objetivo de desestabilizar los gobiernos europeos, una estrategia que, en otros momentos, ha demostrado ser muy efectiva.

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