31 may 2022
Alemania resetea sus recursos para hacerse más verde y elevar su seguridad
Alemania quiere dar un doble salto mortal y encauzar sus recursos a duplicar sus gastos militares y generar todo su mix eléctrico con energías renovables en 2035.
La desbordante dependencia energética de Rusia ha precipitado a Alemania a su histórico diván psicológico. Una percepción que parecía aletargada en el subconsciente colectivo germano, que parece haberse despertado de su larga hibernación geoestratégica con el estallido de la invasión rusa de Ucrania. Vladimir Putin ha sido el inductor que, accidentalmente, advierte Jeff Rathke, el presidente del Instituto Americano de Estudios Germanos Contemporáneos, de la Universidad Johns Hopkins, ha explosionado la tradicional cautela que ha regido los designios de Alemania desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un cambio de paradigma en toda regla avanzado por el canciller Olaf Scholz en el Bundestag.
Rathke precisa que la política exterior germana ha emprendido una maniobra de viraje, bajo un cuaderno de Bitácora en el que el sueño berlinés de la post-Guerra Fría de una Alemania unida que tiende la mano a Moscú para evitar cualquier confrontación se ha esfumado tras el golpe de realidad en Ucrania. La primera consecuencia, anunciada por Scholz, será “la modernización” de sus Fuerzas Armadas y el incremento de sus gastos militares. Hasta los 100.000 millones de euros este año y el compromiso de alcanzar el 2% de un PIB de 4,23 billones de dólares a finales de 2021, según el FMI. En línea con la contribución exigida por la OTAN a sus socios.
Putin ha acabado con décadas de tabúes y sensibilidades, explica Rathke en Foreing Policy, y lo que es peor: ha asentado en la sociedad civil alemana la conveniencia de esta ruptura bilateral ante los evidentes actos de destrucción y genocidio del Ejército ruso en suelo ucranio y para la revitalización de la política de Seguridad europea, puesta bajo amenaza flagrante por la invasión decretada por el Kremlin. Pese a los esfuerzos diplomáticos contrarreloj de Scholz en su visita a Moscú el 15 de febrero para tratar de salvar el llamado Proceso de Minsk para salvaguardar las amenazas estratégicas sobre los territorios que Putin considera de influencia soberana rusa.
El problema es que duplicar el gasto militar no es una cuestión que se resuelva de la noche a la mañana. Y menos, con un riesgo de recesión latente, con el PIB, entre octubre y diciembre de 2021, en contracción de 7 décimas por los contagios de la variante Ómicron haciendo estragos y el primer trimestre de 2022 ya bajo los daños colaterales del conflicto bélico en Ucrania. Hace tres décadas, el Ejército alemán ya incrementó en medio millón de soldados, en casi 1.000 cazas y en más de 2.000 tanques sus contingentes militares. Pese a la caída del Muro de Berlín y de la desintegración de la Unión Soviética. Ahora, en el nuevo orden mundial que se está forjando a golpe de matillo desde la incursión bélica de Rusia, las armas predilectas son más comerciales, diplomáticas y económicas, a modo de sanciones, pero sin menoscabar las escaladas armadas, con ingentes cantidades de presupuesto sobre las mesas de operaciones (de 26,2 billones de dólares en la última década) para rearmar Ejércitos.
Lograr que el Ejército alemán restablezca su poderío militar llevará diez años, alerta Rheinmetall AG, la mayor firma de la industria de Defensa germana. “E inversiones inmensas”, explica Marina Henke, directora del Centre for International Security de Berlín, ya que Alemania, en su opinión, “no puede esconderse por más tiempo detrás de la OTAN”. Alemania se debe preparar para alinear con celeridad sus prioridades estratégicas con la seguridad de la UE, en connivencia con la Alianza Atlántica y mientras moderniza y equipa su Ejército, asegura Bodo Koch, CEO de Heckler & Koch, firma de equipamiento armamentístico.
El problema es que los recursos made in Germany no atraviesan una etapa de bonanza. El riesgo de estanflación asusta a una sociedad obsesionada con la férrea contención de los precios, muy poco acostumbrada a episodios de recesión, y que debe atender al alma ecológica que está en el ADN de una parte notable de su población civil y a la que Merkel se encargó de sumar, con la expansión de la conciencia verde, a otra substancial porción de reacios y catapultar con ella al país hacia la senda de la neutralidad energética. Sus últimos años como jefa de Gobierno fueron decisivos en esta dirección. Hasta el punto de labrarse el apelativo de la canciller verde. No sin sarcasmo por parte de movimientos ecologistas, pero también con un giro político de especial magnitud. Primero, por el veto nuclear tras el accidente de la central japonesa de Fukushima y, después, por la implantación en Alemania -con unos meses de antelación respecto a Europa- del Green New Deal que debería convertir al mercado interior en el espacio continental pionero en emisiones netas cero de CO2.
Scholz ha puesto en liza el puntal de la sostenibilidad en su órdago revolucionario. Alemania será 100% renovable en sus fuentes de generación eléctrica en 2035 y enterrará los combustibles de origen fósil en 2040. Además de acelerar la creación de instalaciones que aumenten la capacidad de almacenaje y producción de energías limpias y de incentivar las compras y el avituallamiento del gas natural licuado. En otro desafío -aseguró el canciller socialdemócrata- de poner en una misma longitud de onda “nuestra economía y nuestra estrategia climática” con “nuestras metas de prosperidad y nuestra urgente necesidad de reducir la dependencia energética de fuentes contaminantes de Rusia”. En este cometido se incluye adelantar ocho años -hasta 2030- el uso del carbón. La nueva Ley de Fuentes Energéticas Renovables, en fase de anteproyecto, pretende conseguir que la solar y la eólica aporten el 80% del mix eléctrico al final de esta década.
Sin embargo, la salud de la principal potencia económica europea empeora por momentos. Timo Wollmershäuser, subdirector de Análisis Macroeconómico del prestigioso Instituto Ifo, admite que la invasión rusa está aminorando de forma precipitada la actividad alemana a través de un encarecimiento de la energía, de la práctica totalidad de materias primas, de los efectos de las sanciones, de las nuevas disrupciones en las cadenas de valor y por los cuellos de botella que han resurgido en el comercio global, así como por la subida de los costes de intermediación. Todo ello explica que no se descarte otro trimestre, consecutivo, el primero de este año, con un nuevo bache de actividad. Y, en consecuencia, la entrada en recesión técnica. Una circunstancia también eludible dada la especial intensidad con la que inauguró el año el PIB germano y que da más credibilidad a un episodio de estanflación.
Los expertos de Ifo dibujan un escenario base, con un crecimiento de sólo el 3,1% en 2022 y otro alternativo, de apenas un 2,2% en el ejercicio destinado a consolidar el ciclo de negocios post-Covid. El panorama económico, pues, no resulta precisamente halagüeño para emprender esta doble revolución. Como tampoco que, hasta mediados de 2024, cuando Habeck ha situado el posible apagón energético ruso, la atmósfera de los negocios no se vaya a deteriorar aún más. Igual que las arcas federales, que han empleado ya miles de millones de euros para amortiguar el impacto del coronavirus y a las que el Gabinete Scholz tendrá que acudir otra vez para atender los riesgos de insolvencia de empresas y de pérdida de poder adquisitivo de los hogares.
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