15 feb 2022

Davos señala los riesgos climáticos como los de mayor urgencia del planeta

En 2024, los países en desarrollo, excepto China, tendrán un receso del 5,5% en su PIB conjunto respecto a 2019, y los industrializados apenas lo rebasarán en un 0,9%.

El Global Risks del World Economic Forum (WEF) siempre depara datos relevantes. En ocasiones, sorprendentes. Y el de 2022, que siempre se lanza con la inauguración de la cumbre de Davos, que convoca y gestiona esta fundación, creada y presidida por Klaus Martin Schwab, no se salta esta tradición. Incluso deja un nítido aviso a navegantes, a modo de mensaje subliminal adjunto: “la transición hacia las emisiones netas cero de CO2 ha generado el desorden y es el momento de abordar este reto con claros protocolos de actuación sostenibles”. No es casualidad. Porque los riesgos que resalta este año el informe del WEF giran entorno  “las fallidas acciones contra el calentamiento global”. La mitad de las amenazas de su top-ten están relacionadas con el clima y las catástrofes naturales y, más en concreto, con la errónea respuesta a esta afrenta, la mayor de las batallas que debe librar la humanidad en su conjunto. Junto a ellas, un elenco de peligros que ponen en duda el dinamismo y la consolidación del ciclo de negocios post-covid, y tres de índole social: la erosión de la cohesión de las sociedades; posibles crisis de subsistencia -es decir, de los ingresos vitales- y la irrupción de nuevas enfermedades contagiosas. Con la montaña del endeudamiento mundial y la confrontación geoestratégica y económico-financiera entre las dos superpotencias, EEUU y China, como telón de fondo más probable. 

Indudablemente, los riesgos asociados al clima son los que más persisten en el tiempo, según el panel de expertos del WEF, de las firmas Marsh McLennan y SK Group y de la aseguradora Zurich, al que prestan asesoramiento académico la Universidad Nacional de Singapur, la Oxford Martin School y Wharton Risk Management, centro universitario de Pennsylvania. Porque el “desorden de las acciones”, lejos de seguir una estrategia concertada internacional, está “exacerbando la amenaza global e impactando en la conducta de las empresas, en la volatilidad de la economía y en la desestabilización del sistema financiero”.

Pero, íntimamente relacionado con la catástrofe medioambiental, los 12.000 líderes económicos y empresariales o políticos y sociales de las 124 naciones en las que se ha desarrollado el sondeo de opinión de este año identifican estos peligros por su inminente o más reposada aparición en el tiempo. Y, de sus temores, irrumpe el deterioro de la salud mental como una de las amenazas más urgentes; a corto plazo. Nada menos que para el 26,1% de los encuestados. O, dicho de otro modo: uno de cada cuatro dirigentes del planeta muestra preocupación por un asunto que se ha agudizado con la Covid-19. Pero que no está aislado. Porque supera esta cota la denominada “crisis de subsistencia” o de niveles de vida, derivada de las dudas sobre las rentas individuales disponibles en el futuro, y la “erosión de la cohesión social”. Respuestas que engarzan con otras dudas enfocadas a la recuperación económica, vinculadas, en este caso, al estallido de la posible burbuja especulativa en los mercados, al endeudamiento global o a los ataques cibernéticos.    

El diagnóstico del WEF admite que la Covid-19 ha acumulado los diagnósticos sobre salud mental en todo el planeta. La priorización de la epidemia ha generado 53 millones de casos adicionales de depresión y que esta enfermedad silenciosa se cobra 41 millones de muertes anuales, la gran mayoría de ellas, en naciones de rentas medias y bajas, que también soportan el retraso de las dosis de las vacunas. Una combinación que continuará ejerciendo resistencia sobre los sistemas de salud del planeta, advierten en el informe, que también pasa revista al deterioro económico. “Después de una contracción del 3,1% del PIB mundial en 2020, el crecimiento del pasado año podría haber alcanzado el 5,9%, hasta ralentizar en un punto su ritmo, tanto este ejercicio como el siguiente”. Horizonte que desvela que, incluso en 2024, todavía quedarán secuelas de la Gran Pandemia. Porque entonces los mercados emergentes y los países en vías de desarrollo, excepto China- registrarán un receso del 5,5% en su PIB conjunto, mientras las potencias industrializadas apenas superarán en nueve décimas sus ratios de 2019. Es decir, que ese año la economía global será un 2,3% de menor dimensión de lo que hubiera sido sin la Covid-19.

Sin embargo, la crisis climática, el Caballo de Troya al que se enfrenta realmente la humanidad, es el asunto que se lleva la práctica totalidad de los mensajes de los expertos. “La transición de la energía hacia las emisiones netas cero requiere reacciones urgentes y una agenda de medidas globales”. El optimismo en torno al compromiso de la COP26 de Glasgow para frenar el efecto invernadero a mediados de siglo con un incremento de la temperatura mundial de 1,5 grados centígrados no debe hacer olvidar que el planeta se dirige hacia un calentamiento de 2,4 o, en el mejor de los supuestos de la comunidad científica, de 1,8 grados. Hay que hacer mucho trabajo en muy poco tiempo, alerta el WEF. “Sólo quedan ocho de los diez ejercicios de esta década y, a menos que las empresas y los gobiernos tomen medidas tangibles, rápidas y efectivas entre los próximos doce y dieciocho meses, no se lograrán los objetivos intermedios de 2030”. Por lo que serán necesarias, además, intervenciones en la economía desde el lado de la política para consumar la trayectoria marcada. Entre otros -cita- mecanismos para encarecer el carbón o una guía de contabilización clara del mercado de emisiones de CO2.  

El WEF se apunta a la teoría de la Vieja Economía, de los lobbies petrolíferos y de la combustión fósil para torpedear el road map medioambiental. “La reducción de emisiones debe ser todavía más profunda que la que se ha emprendido hasta ahora”, para lo cual resulta imprescindible -explican- “eliminar el caos y el desorden de la transición energética en curso”. Alusión que lleva también hacia las cadenas de valor de las empresas energéticas. Dado que el sector perderá más de 8 millones de puestos de trabajo hasta 2050 en firmas asociadas a la producción de energías fósiles. Sin tener en cuenta disrupciones socio-económicas en los niveles de vida y en mercados laborales de todos los países.   

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