12 sep 2023

India muestra al G-20 la fórmula para contener a China en el orden global

EEUU encuentra en Delhi un socio de confianza con un peso ascendente en el Sur Global y suficiente ‘expertisse’ geopolítica y económica frente a su rival continental.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

El quinto PIB mundial y nación más poblada del planeta está de moda. India no solo ha rebasado a Reino Unido en el top-five de las grandes economías globales con un tamaño a finales de 2022 y a precios actuales de mercado, de 3,7 billones de dólares, según el FMI -y a medio billón de la capacidad productiva anual de Alemania-, sino que ha alcanzado los 1.425 millones de habitantes desplazando a China en la cúspide demográfica internacional. Dos hitos históricos en menos de un año. Pero, sobre todo, un doble sorpasso, fulgurante, que coincide con la época de esplendor de Narendra Modi, el primer ministro nacionalista indio, tanto en el orden mundial como en la esfera interna de la considerada como mayor democracia planetaria y, quizás por ello -y por sus todavía desequilibrios de desarrollo y desigualdad-, uno de los países más difíciles de gobernar.

La historia de India así lo atestigua. Como también una historia reciente que invita al optimismo. Porque India, uno de los cinco BRICS fundadores -el grupo que comparte con China, Rusia, Brasil y Sudáfrica, de los más poderosos mercados emergentes y al que acaban de adherirse Argentina, Arabia Saudí, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos e Irán- es también el convidado de piedra, el actor global al que intenta cortejar el G-7 para incorporarse de inmediato al selecto club de las mayores potencias industrializadas. Antes, incluso, de que este foro celebre su medio siglo de existencia. Junto a Australia y Corea del Sur, para cambiar su denominación a D-10 de las diez democracias con mayor riqueza del planeta.

Modi ha sabido jugar las cartas de la renuncia de Xi Jinping, el líder chino, a la cita del G-20 de la capital de la India, que ahora pretende que se la denomine Bharat, término con el que se conoce a la nación en hindi, en un intento de dejar atrás su pasado colonial -y la imposición británica de su nomenclatura- y abrazar su propia identidad. La sustitución de Jinping por su primer ministro, Li Qiang, hasta hace un año gobernador de Shanghái y el brazo ejecutor del presidente chino en el gobierno, que dirige personalmente, con mano de hierro y sin un arquitecto claro, una política económica que parece haber abandonado súbitamente cuatro largos decenios de dinamismo  fulgurante, próximo a los dobles dígitos, ha dejado a la intemperie la versión oficial de las causas por las que el segundo PIB del planeta se empieza a considerar en el mercado el nuevo enfermo económico internacional. Con cada vez más analistas calificando a su sistema productivo como ejemplo de japonización, por su pulso anémico -en torno al 3% entre abril y junio- y tendente a la deflación.

El primer ministro indio ha sabido forjarse en la reunión del G-20, salvando la cumbre con varias decisiones de calado, de una vitola de estadista internacional. La renuncia de Jinping a asistir a Delhi ha sido interpretada como una pataleta geopolítica en toda regla del dirigente chino frente a las renovadas reivindicaciones fronterizas con su vecino indio, que ha tildado de infanticidio la intención de Pekín de dibujar un mapa oficial con sus históricas ambiciones territoriales en sus más de 3.400 kilómetros de división. Esencialmente, a lo largo de la Cordillera de Himalaya entre las que comparten límites fronterizos con Nepal y Bután. Por un lado, en Cachemira, región que también se disputa Delhi con Pakistán, donde India considera que China ocupa ilegalmente Aksai Chin, y por el otro Arunachal Pradesh, zona ubicada en el noreste del estado hindú de la que Pekín reclama el control por considerarla un área autónoma del Tíbet.

Modi ha sabido granjearse el respaldo de Filipinas, Malasia, Vietnam, Brunéi y, por supuesto, de Taiwán, por las ambiciones expansionistas de Jinping en el Mar de China Meridional, ruta vital en el tránsito de mercancías marítimas y zona económica de alto voltaje entre la Nueva Ruta de la Seda china y el espacio Indo-Pacífico, una zona de libre comercio auspiciada y creada por EEUU y a la que pertenece India junto a Japón y otras potencias de rentas altas de la región -Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o Singapur- y poderosos mercados emergentes como Indonesia, Filipinas, Malasia, Tailandia, Vietnam o Brunéi. Y ha logrado convertir el epicentro asiático de la batalla comercial y geopolítica del mundo en un escenario cómodo para la Casa Blanca.

Tan es así, que Joe Biden vuelve con la convicción de que India es un socio de confianza, que ha trasladado al dirigente demócrata la conveniencia de que no descuide al Sur Global. Porque el otrora clásico, superpoblado y heterodoxo G-7 está de vuelta y dispuesto a asumir más control que el que demostró en los años setenta, cuando la escalada de tipos de interés, el desempleo galopante, el estancamiento económico y las caídas salariales por el descenso de la demanda en los flujos comerciales desencadenaron en sus territorios desestabilizaciones políticas y colapsos de liquidez en sus arcas estatales.

El sur también existe, le debió comentar Modi a Biden, y desea encontrar su lugar en el mundo en un momento de máxima agitación geopolítica y económica en el que Washington y Pekín -y, ahora, también Delhi- están obligados a resintonizar sus radares y dirigirlos hacia unas naciones esenciales para reconducir el caos comercial, logístico y productivo, garantizar el abastecimiento de materias primas energéticas, metálicas y alimentarias, y minimizar los riesgos en el tráfico de materias primas o en los pagos transnacionales. Solo así se entiende que Italia, el único G-7 con acuerdos en la ruta de la seda china, haya trasladado a Jinping su intención de salir de su entente cordiale de la época de Giuseppe Conte, EEUU formalice un acuerdo de asociación estratégica con Vietnam, su histórico rival militar de los sesenta, o haya sentado las bases para emprender toda una alternativa de infraestructuras ferroviarias y rodadas con conexiones energética entre Asia, Oriente Próximo y Europa, que suena a rivalidad con la arteria comercial impulsada por el propio Jinping. 

En un contexto crítico hacia Pekín, con el sondeo de opinión del Pew Research Center sobre la percepción de China en el exterior precisando que en 15 de los 24 países donde se ha realizado la encuesta de 2023 se descubre una imagen desfavorable del gigante asiático; 10 de ellos en registros negativos históricos.   

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