29 may 2024

El orden económico global se tambalea

EEUU añade otro clavo al ataúd e la OMC al bloquear un panel de arbitraje para la resolución de conflictos. El gendarme del comercio se desvanece en un limbo geopolítico.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

Quizás sus críticos echarán de menos la globalización cuando haya desaparecido. Porque todo indica que la Organización Mundial del Comercio (OMC), la institución a la que tanto contribuyó EEUU a crear, en 1995, tras los Acuerdos GATT auspiciados por EEUU de rebajas de tarifas sobre las mercancías que llevaron medio siglo de intensas negociaciones multilaterales -desde el final de la Segunda Guerra Mundial- está herida de muerte. Y, en gran medida, por la falta casi total de interés en su reanimación por parte de la Casa Blanca.

Que la OMC atravesó su propia Odisea durante la Administración Trump es un secreto a voces. La antipatía a su labor como gendarme del comercio mundial y de árbitro de disputas entre mercados abiertos al libre flujo de mercancías, servicio y capitales fue palpable a lo largo de todo el periplo presidencial del anterior inquilino del Despacho Oval y sus políticas de incrementos constantes de los aranceles comerciales a aliados europeos y anglosajones; aunque, sobre todo, a China, su rival geoestratégico por excelencia. Ahora, bajo la Administración Biden, la suerte le sigue resultando esquiva. Para su desgracia.  

A finales de abril, y como ha sucedido en nada menos que 75 ocasiones en el último lustro, desde la legislatura de Trump, EEUU ha vuelto a bloquear la designación del panel de disputas que se encarga de dirimir responsabilidades y sanciones por actuaciones que atenten contra la libertad de comercio y sus directrices internacionales. Pero, en esta ocasión, el veto podría ser definitivo. Los socios de la institución -la práctica totalidad de los Estados- podrán apelar contra decisiones, como hasta ahora, pero después de más de un lustro de barreras, el buque insignia del arbitraje de la OMC no solo navega sin capitanes al frente, sino que se ha quedado sin apenas tripulación.

Mientras se suceden las denuncias por transgredir las reglas del juego. Sin contemplación alguna ya que el nuevo disenso político interno concluyó con un irónico “las discusiones se acelerarán” en las próximas semanas. En un momento crucial, en el que organizaciones hermanas como el FMI arremeten contra la oleada de proteccionismo comercial y los excesivos subsidios a sectores como el de los chips, y la UE, la gran potencia comercial y adalid del liberalismo de los mercados exteriores, pretende imponer aranceles adicionales a los coches eléctricos que compra de China.

Mientras EEUU, en aras de su seguridad nacional, ha impuesto sanciones a entidades con capital del gigante asiático que fabrican en mercados como México -también en la industria automotriz- o Turquía, y acaba de lanzar otra batería de reprimendas tarifarias contra Pekín, cuyo régimen, a su vez, ha potenciado varios de segmentos productivos a los que acaba de revestir de claves y estratégicos en su renovada política económica, encaminada a arrebatar a la Casa Blanca el cetro global en el terreno productivo, comercial, monetario y tecnológico. En un clima de más control y vigilancia sobre los abastecimientos chinos hacia Rusia.     

La decisión de Washington, además, arroja un jarro de agua fría sobre el mandato de la primera mujer al frente de la OMC, la ex ministra de Finanzas de Nigeria, Ngozi Okonjo-Iweala, que tomó las riendas de la máxima autoridad comercial a comienzo de 2022 y cuya prioridad oficialmente reconocida era la de poner el epitafio a la doctrina del “unilateralismo agresivo” de Trump.

Sin embargo, el proteccionismo y la geopolítica se han instalado sobre la globalización y buscan acabar con las reglas comerciales en lo que no pocos observadores internacionales consideran que es uno de los más claros vestigios de intento de golpe de Estado contra el orden comercial. A pesar de que la OMC se ha mostrado como una institución más beneficiosa que negligente.

Bajo su tutela, el libre tránsito de mercancías y servicios se ha incrementado más de 400 veces desde nacimiento. Sin embargo, ahora necesita un balón de oxígeno. Aunque sus normas hayan elevado entre un 1% y un 1,5% anual de promedio el PIB global, llegando a aumentar los niveles de vida -rentas personales- entre un 10% y un 20%.

Aun así, no parece que ninguna potencia mundial se lo vaya a proporcionar en un momento de alto voltaje geopolítico y con demasiadas tentaciones proteccionistas. Porque, curiosamente, varias de ellas, las que con más ahínco han enarbolado la bandera del nacionalismo comercial como fórmula para la repatriación de sus industrias y cobijo frente a las tensiones en el orden mundial, han sacado a relucir otro de sus rasgos distintivos: su negligencia. Entre otras EEUU y China, que tratan de esconder con sus acusaciones su rivalidad tecnológico-comercial.  

                              Gráfico, Histograma

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Es cierto que la institución también presenta una ineludible lista de deméritos. Como el hecho de que sus reglas de juego no se hayan adaptado a las nuevas formas de comercio. Un lunar sin paliativos, aunque achacable, otra vez en gran medida, a la alarmante falta de consenso de sus socios, que ha acabado paralizando sus estructuras e instalándose en su ADN. Hasta irrumpir sin remedio en su última cumbre, donde el único punto que salió adelante fue la moratoria de otros dos años para no imponer tarifas al comercio digital, por decisión in extremis de India, Indonesia y Sudáfrica, detractores habituales de esta norma, que lleva en este limbo desde 1998, y con la condición de que expirara en 2026, lo que sirvió a su directora general Okonjo-Iweala, como otro de sus argumentos irónicos: “la buena noticia es que las empresas tendrán un tiempo suficiente de adaptación”.  

La impotencia de su máxima dirigente deja un baño de realpolitik. Nada se mueve en la OMC en un año electoral en EEUU, de suma incertidumbre por el aterrizaje de la economía china y bajo una atmósfera nociva por la carrera competitiva desatada entre las superpotencias por proteger sus industrias y sectores tecnológicos y por asegurar la logística de suministros a sus cadenas de valor.

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