Economía de guerra

La moneda ha tenido uno de los peores desempeños en lo que va de año, solo comparable al peso argentino, el bolívar venezolano o la lira turca. La pérdida de valor del rublo provocó una intervención de emergencia del Banco Central de Rusia, que elevó los tipos de interés 350 puntos básicos hasta dejarlos en el 12%. Pese a que la moneda ha recuperado parte de su valor desde entonces, los acontecimientos del pasado mes de agosto reflejan la vulnerabilidad de la economía rusa, que comienza a resentirse tras más de un año soportando el impacto de las sanciones. La adopción de las sanciones energéticas, como el límite del precio del petróleo procedente de Rusia o la paulatina desconexión de la Unión Europea del gas natural ruso, que se produjo entre finales de 2022 y comienzos de 2023, están, finalmente, dando resultados. Efectivamente, 2023 va a ser un año especialmente complejo para la economía rusa. La reducción de las exportaciones energéticas y la normalización de los precios tras la crisis energética vivida en 2022 han disparado el déficit presupuestario. De hecho, se estima que el déficit se elevará por encima del 6% del PIB en 2023 y no se espera que se normalice mientras dure el conflicto; algo lógico si se tiene en cuenta que el gasto militar supone alrededor del 25% del presupuesto. Además, el país también enfrentará problemas en el mercado laboral, que actualmente registra la tasa de paro más baja de su historia, ligeramente por encima del 3%. Entre la salida de la población rusa para evitar las consecuencias de la guerra (cifrada en 500.000 personas, pero podría ser superior) y las movilizaciones forzadas para combatir en Ucrania (300.000 hombres en una primera convocatoria), se han originado  fuertes carencias en la mano de obra disponible. La cuestión que se plantea ahora es hasta cuándo van a poder las autoridades seguir haciendo malabares para mantener esta situación, o si las costuras del régimen acabarán estallando antes.