23 ene 2023

Las inversiones ESG exigen análisis geopolíticos y económicos de alto rigor

El retorno de beneficios de los fondos de capital sostenibles demanda por su globalidad unos diagnósticos cada vez más precisos de los riesgos del orden mundial.

Las inversiones sostenibles han estado puestas bajo el microscópico de las estrategias y de los proyectos de neutralidad energética de las corporaciones desde la irrupción de los criterios ESG como activos preferenciales en las carteras patrimoniales de las firmas y bancos de inversión y, sobre todo, en el bienio de la Gran Pandemia, donde los valores medioambientales, sociales y de buen gobierno llegaron a superar, en cada uno de los dos ejercicios de crisis sanitaria mundial (2020 y 2021) los 35 billones de dólares.

Sin embargo, con las tensiones surgidas por la guerra de Ucrania y sus efectos colaterales sobre el orden internacional, las tendencias, políticas y acontecimientos geopolíticos, financieros y de coyuntura económica global se han colado en la parte alta de la agenda de análisis de mercados e inversores. Pero ¿están los portfolios adoptando una visión restrictiva de los principios ESG?

Esta cuestión sigue las pautas de la botella medio llena y medio vacía. Los inversores han bajado su fervor por los activos sostenibles, aunque obligados por la espiral inflacionista, los riesgos que han puesto en tela de juicio la globalización, los cuellos de botella del comercio y la logística, las amenazas de recesión en 2023 o las disrupciones en las cadenas de valor de las empresas. Todos ellos, peligros adicionales que han irrumpido con mayor intensidad por la guerra de Ucrania.

Instituciones como Naciones Unidas hablan del aumento de la inseguridad alimenticia en países en desarrollo y que afectan a 828 millones de personas. Mientras otros entes multilaterales y servicios de estudios de bancos de inversión y think-tanks alertan de las fracturas en los negocios internacionales o las rupturas productivas en sectores como el manufacturero o la industria del automóvil que ha contagiado a segmentos vitales como el del comercio al por menor. Las firmas de energía y de seguridad y defensa han sido los triunfadores de la capitalización bursátil.

“La geopolítica se ha vuelto más compleja”, enfatiza Leïla Choukroune, profesora de Derecho Internacional y directora de Democratic Citizenship, un centro de investigación global asociado a la Universidad de Portsmouth, en Reino Unido. A su juicio, los asuntos de derechos humanos y los de índole comercial “están cada vez más interrelacionados”. Del mismo modo que los que guardan relación con la sostenibilidad y el medio ambiente demandan una mayor comprensión por parte de los inversores. Es como si la geopolítica, los grandes rasgos coyunturales y los datos de la microeconómica de cada mercado se necesitaran combinar para tomar decisiones de rigor en los mercados de capitales.

A este esquema analítico -matiza Choukroune- se unen los “efectos trágicos del cambio climático y otros asuntos como los flujos migratorios internacionales, la disparidad de género o el impulso que toman los mercados laborales”. Todo ello se tiene en cuenta a la hora de calibrar inversiones y retornos de beneficios en las carteras de capitales. 

Otro estudio reciente, de PwC, muestra que el 79% de los inversores con visión global eligen los criterios ESG como factores determinantes en la configuración de sus estrategias y que, en este análisis permanente, focalizan sus elecciones de activos empresariales en datos que corroboren la apuesta por recortar sus huellas de carbono, el impacto sobre las sociedades donde operan o la biodiversidad o el comercio global, pero también sobre la influencia que ejercen sus negocios en el clima económico y los sectores en los que desarrollan su capacidad productiva. 

Los criterios ESG “no pueden mirarse con un solo ojo”, dice Jeremy Lawson, economista jefe de ABRDN y responsable de su instituto de investigación, quien incide en la trascendencia que está cobrando la perspectiva microeconómica: “al fin y al cabo, se invierte en empresas individuales” cuyos ingresos, beneficios y rentabilidades dependen también de sus decisiones corporativas y de la atmósfera para hacer negocios de las economías donde están asentados. Para Lawson, “las intersecciones de las políticas presupuestarias, de gestión de la deuda o agendas estructurales y la evolución de las economías, de sus aspectos macro y micro -entre los que cita de manera expresa los regulatorios- determinan el elenco de riesgos y oportunidades que buscan los fondos de inversión.  

La invasión de Ucrania ha espoleado las amenazas. Lo mismo que en el pasado las tensiones del comercio arreciaron con las barreras arancelarias desatadas por EEUU contra China y la reacción del gigante asiático, que también tensionaron los flujos de capital entre las dos superpotencias y las estrategias exteriores de sus grandes corporaciones.

O, en sentido contrario, la predisposición inversora hacia la neutralidad energética de la Inflation Reduction Act de la Administración Biden ha atraído capitales con una concepción verde desde su entrada en vigor en un año convulso como 2022. “Los inversores reclaman seguridad y cierta estabilidad para lograr beneficios”, por lo que “demandan evaluaciones y selecciones rigurosas de sus activos” a los gestores de sus firmas, aclara Lawson, para quien, en su opinión, “continúan mostrando una clara predisposición hacia los valores sostenibles”, aunque se han vuelto “mucho más exigentes en la identificación de amenazas y nichos de negocio”.

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