21 mar 2021
Jornadas de ira
Senegal, uno de los países más estables del continente africano, atraviesa días de inédita inestabilidad. El detonante ha sido el enjuiciamiento del principal líder de la oposición, Ousmane Sonko, acusado de presuntos delitos de violación y amenazas de muerte a una trabajadora de un centro de belleza. Los contrarios al presidente, Macky Sall, apuntan que la detención responde a una maniobra orquestada por su gobierno para apartar al opositor del escenario político.
Sonko irrumpió en el ecosistema senegalés en 2016 con la publicación del libro “Petróleo y gas en Senegal, crónica de un expolio”, en el que acusaba de enriquecimiento ilícito al presidente y a su hermano en la gestión de las reservas de hidrocarburos descubiertas en aguas profundas. Desde entonces, el opositor ha logrado conectar con buena parte de los jóvenes y de las clases más desfavorecidas con un discurso muy duro contra el establishment. La detención de Sonko ha desencadenado una oleada de movilizaciones a lo largo del país, donde se mezcla el rechazo al proceso judicial con la frustración por el deterioro de la economía. Las protestas han desembocado en preocupantes altercados en los que han fallecido una decena de personas. Los problemas con la justicia de Sonko recuerdan a la controvertida condena, en 2018, de cinco años de cárcel al que fuera alcalde de Dakar, Khalifa Sall, por malversación de fondos públicos. El regidor de la capital era, en aquel momento, el principal líder de la oposición. El apoyo mayoritario en los núcleos urbanos del país le situaba con bastantes opciones de ganar las elecciones presidenciales de 2019, lo que alimentó las especulaciones de que su arresto fue una maniobra del presidente para asegurarse la reelección. Amnistía Internacional denunció que el encarcelamiento de Khalifa Sall erosionó la arbitrariedad de la Justicia senegalesa e, incluso, el Tribunal de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) reprochó que se habían incumplido los derechos del procesado.