06 sep 2022
El arma energética de Putin esconde acabar con la agenda climática europea
El Kremlin prepara otro otoño de alta tensión en el flujo energético a Europa para lapidar la ambiciosa taxonomía de descarbonización de la economía de la UE.
Vladimir Putin desea poner otro clavo en el ataúd de la transición energética europea. No es el primero. Ni será el último. Pero apenas un año después de que la UE exhibiera su Fit for 55, el programa de descarbonización radical con el que el club comunitario pretende instaurar en todo el mercado interior una reconversión en toda regla del modelo productivo que conduzca al Viejo Continente a revelarse como el primer territorio libre de emisiones de CO2, en 2050, todas sus ambiciosas metas intermedias y exámenes parciales al término de cada una de las tres décadas, pueden verse alteradas por la amenaza del Kremlin para sepultar el itinerario verde de la UE.
De hecho, Rusia se jacta de haber forzado a varios socios de la Unión a extraer de nuevo carbón, el combustible fósil más demonizado por sus altos niveles de polución, y a incluir al gas dentro del elenco de fuentes limpias, así como a impulsar nuevas instalaciones gasísticas para acumular, vender y redistribuir sus flujos entre estados miembros. De nuevo, un botón de muestra más de la eficacia de la energía como arma arrojadiza de la diplomacia rusa contra Europa. Los objetivos para liberar de CO2 al club comunitario en el ecuador del siglo se han visto alternados.
Putin ha vuelto a activar el detonador de la división colectiva europea. “Comprendo a gobiernos que han tomado la difícil decisión de asegurar el suministro energético de sus ciudadanos y sus empresas retornando a las fuentes fósiles clásicas” admitía hace unos días el director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, según sus siglas en inglés) en alusión a la compleja medida tomada por Berlín escasamente tres meses después de señalar al resto de la Unión y del mundo su intención declarada de alcanzar la neutralidad energética en su mix eléctrico en 2035. Porque “las actuales restricciones del mercado de la energía son especialmente dolorosas para todos”, matizaba Fatih Birol.
La exhibición del músculo germano ha dado paso a un temblequeo de la locomotora europea y al titubeo de la flamante Comisión que el 14 de julio de 2021 propuso la renovación del mercado de comercialización de emisiones de CO2 y una rampante hoja de ruta hacia las renovables con un plan para apostar decididamente por el vehículo eléctrico, en detrimento de los motores de combustión. Todo para alcanzar un recorte del 55% en 2030 respecto a los niveles de 1990. Pero casi de un plumazo la contienda bélica en Ucrania ha restablecido el valor del gas, que se unió a la taxonomía de Bruselas como energía limpia, y se ha convertido en la fuente esencial en el cálculo del recibo de la luz y en elemento neurálgico sobre el que se configuran ya los planes de inversión corporativos de la industria y de otros sectores estratégicos para la actividad de la UE. Incluso de proyectos de digitalización en marcha.
Europa adquiere el 40% del gas ruso y la tercera parte de su petróleo pese a que Putin ha hecho de la energía el arma favorita de su política exterior, enfocada a impedir pasos armonizadores y consensos de intereses mutuos entre sus vecinos occidentales. Y esa dependencia acarrea una serie de lastres. Por ejemplo, que desde febrero las emisiones de CO2 procedentes del carbón hayan aumentado en más de un 6% respecto a los niveles de 2019, según la firma de análisis de mercados Kayrros SAS. Después de que la demanda energética en 2021 saltara a niveles desconocidos en la última década, según BP, la supermajor británica.
La excesiva dependencia energética de Rusia se ha ido asentando desde comienzos de siglo, un claro vestigio de la eficiencia de la diplomacia energética de Putin, explica Martin Bradley, de la firma de activos Macquarie, y ahora “llevará entre cinco y diez años desacoplar la tupida red de conexiones con el Kremlin”. Como la atestigua Alemania, que acaba de retrasar el cierre de un número de plantas de generación eléctrica mediante carbón y combustibles fósiles para añadir a su mix energético nacional 10 gigawatios de capacidad, lo que elevará en un 20% las emisiones de su sector eléctrico el próximo año y otro 17% en 2024, calculan los expertos del Independent Commodities Intelligence Services (ICIS).
Mientras en Bloomberg NEF, unidad de investigación energética de la agencia informativa, sus analistas ya avanzan que Europa tendrá difícil alcanzar su meta climática de 2030. Teniendo en cuenta que Países Bajos ha dejado sin efecto el límite productivo eléctrico por carbón, Austria ha ordenado a sus compañías estatales utilizar esta fuente contaminante y Francia prepara sus plantas como reservas estratégicas para afrontar los rigores del próximo invierno.
Algunos socios, además, están invirtiendo en terminales para importar LNG (gas natural licuado) para garantizar el abastecimiento a través de las infraestructuras gasísticas desplegadas en toda la UE. Y esta fuente energética, considerada de manera generalizada como más limpia que el carbón, no deja de tener sus detractores. Pese a lo cual, la Comisión la incluyó en su taxonomía, junto a la nuclear, pese a estar excluida expresamente en el Pacto Verde Europeo con el que se configuró la ambiciosa agenda climática de la Unión. Y la Eurocámara lo refrendó. Sus emulsiones de metano son, para no pocos científicos, mucho más dañinas que las expulsiones de CO2 a la atmósfera. La veintena de proyectos de plantas LNG en curso se han propuesto gestionar más de 120.000 millones de metros cúbicos de combustible al año o el 80% del volumen exportado por Rusia a la UE en 2021, según FTI Consulting.
El armazón inversor de la UE, con el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) y el BEI a la cabeza, admiten haber redirigido sus líneas crediticias preferenciales hacia proyectos de combustión fósil después de tener prácticamente en el limbo las solicitudes de préstamos a este tipo de centrales. El presidente del BEI, Werner Hoyer, admitía a finales de junio que la necesidad de “adquirir mayores cotas de flexibilidad”, pero sin renunciar a “desplegar los mayores fondos a energías renovables y, muy en particular, al hidrógeno”. En detrimento paulatino de recursos al gas y al carbón, explica. Porque el club comunitario sigue teniendo como objetivo duplicar su capacidad solar desde los 320 gigawatios en 2025 a superar los 600 GW a finales de la década.
Alemania, Dinamarca, Bélgica y Países Bajos anunciaron en mayo desembolsos conjuntos para la construcción de una granja eólica sobre el Mar del Norte capaz de proveer luz a 230 millones de hogares. Una luz en medio del túnel del tiempo en el que parecen haber sumido a Europa las acciones del Kremlin antes y después del conflicto ucranio. “Siempre es un riesgo elevar la cuota de emisiones, pero sólo debería ser asumible si sirve para duplicar los esfuerzos en la transición energética hacia la eólica, la solar y el hidrógeno” afirma Charles Moore, responsable de análisis en Ember, firma de investigación del mercado eléctrico, para quien la estrategia europea de topar el gas resulta inevitable porque, a su juicio, “no hay alternativa” a la táctica energética rusa.
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