30 may 2022

Sostenibilidad: el papel didáctico clave que tiene la industria textil

Las empresas deben ser las primeras interesadas en lograr que los clientes sean más sostenibles. De esa forma se reducen las emisiones industriales y se fomenta un nuevo modelo de consumo en el que la lucha contra el calentamiento global será la gran beneficiada.

El grave error estratégico de consecuencias aún impredecibles que supuso dejar a Europa a merced del suministro energético de Rusia se está poniendo de manifiesto en estos momentos por la invasión de Ucrania. Este conflicto ha disparado los costes de hidrocarburos básicos como el gas y el petróleo hasta el punto de comprometer la competitividad del tejido productivo nacional y llevar a la quiebra a muchos negocios, que son incapaces de trasladar en sus precios el alza de costes de producción que sufren.

Por si fuera poco, el ya citado error de dependencia también provoca que la Unión Europea aún no pueda tomar la decisión de bloquear las importaciones de crudo y gas ruso, lo que sin duda podría acelerar el fin de la contienda bélica, al negar al Kremlin unos ingresos básicos para seguir financiando su campaña bélica en Ucrania. Por si fuera poco, el cierre de las importaciones energéticas rusas supondría un varapalo para algunos de los motores económicos de la UE, como es el caso de Alemania.

Lo anterior muestra que la importancia de acelerar la transición energética va más allá de la sostenibilidad y de evitar el calentamiento global. Que es fundamental incluso para la seguridad desde un punto de vista geopolítico.

Pues bien, la consecución de esos objetivos se está encontrando con un problema que va más allá de las empresas. De hecho, alcanza a la sociedad, que no está suficientemente concienciada de la importancia que para el presente y el futuro tiene la sostenibilidad.

¿Exagerado? Nada de eso. Y baste para ello la preferencia que muchos consumidores mantienen aún en la actualidad por fórmulas comerciales como el fash fashion en el ámbito de la moda, que son nefastas desde el punto de vista del cambio climático.

Tanto es así que la industria textil es en la actualidad una de las más contaminantes a nivel mundial, por el mero hecho de tener que producir un infinito número de prendas para dar a basto a una demanda que sigue apostando por la adquisición de ropa cuya duración, tanto física como desde el punto de vista de la moda, es muy limitada.

Las empresas textiles no deben cargar con las culpas de ello. De hecho, este sector hace tiempo que tomó conciencia de la necesidad de reducir sus emisiones contaminantes y ha realizado una serie de acciones para limitar el impacto en el clima de sus procesos de producción.

Pero en muchos casos, las medidas que las empresas pueden llevar a cabo en pro de la sosteniblidad chocan de frente con su negocio y con lo que los clientes quieren de ellas. ¿O acaso alguien piensa que la legión de seguidores de firmas enfocadas en el bajo coste, como puede ser el caso de Primark, se mantendrán fieles si dicha marca dispara sus precios para ser más sostenible? ¿Qué le ocurriría a gigantes como la gran mayoría de marcas de Inditex, cuyo negocio se  basa en la moda rápida, si de repente la textil reduce el número de lanzamientos para evitar emisiones?

La respuesta a ambas preguntas nos lleva de nuevo al gran problema: la limitada concienciación de la sociedad desde el punto de vista de la sostenibilidad, que reduce en gran medida las medidas que la industria textil puede poner en marcha para ser menos contaminante, a pesar de que ésa sea precisamente su intención. De hecho, vigilar la procedencia de las materias primas e implantar unas duras exigencias desde el ámbito de la sostenibilidad en las fábricas de sus proveedores asiáticos da fe de la implicación del sector.

Pero dicha implicación no puede ir más allá sin la colaboración de unos clientes que siguen optando por una moda de consumo rápido que es nefasta para el planeta, y cuyos escasos márgenes impiden a los negocios decisiones en pro de la sostenibilidad, como contar con proveedores de proximidad para reducir las emisiones tanto desde el punto de vista de las fábricas como del transporte.

Todo lo anterior refleja que sin un consumo responsable es imposible avanzar en el ámbito de la lucha contra el calentamiento global. De ahí que la importancia de la industria de la moda en esta pugna sea también didáctica. Es necesario que sean las propias empresas las que fomenten los beneficios que presenta el consumo de prendas más caras y de mayor calidad, que garantizan una vida más larga al producto, además de una mejor sostenibilidad en la cadena de producción. Además, son las propias compañías las que también deben dejar claro el impacto negativo que para el planeta tiene seguir optando por comprar moda de usar y tirar. 

En otras palabras, el paso de una industria contaminante a una sostenible no se puede llevar a cabo sin la complicidad de los propios consumidores. Con esta idea, es inadmisible que, por ejemplo, la mitad de la ropa que se adquiere aprovechando los descuentos del Black Friday o las rebajas se acabe devolviendo, ya que este hecho provoca una sobreproducción de referencias contraria a cualquier paso para reducir la huella contaminante.

Por todo ello, consumir menos pero de forma más responsable no debe conllevar perjuicio alguno para nadie. Los consumidores pagarán lo mismo ya que el mayor desembolso inicial se verá compensado por la ganancia en durabilidad de la compra. Las empresas tampoco deben verse afectadas porque la subida de precios deja mayores márgenes que también contrarrestará el efecto de la caída de ventas. No obstante, el gran ganador de todo será el planeta, que se verá beneficiado en gran medida por la implantación de una moda sostenible. De hecho, si este nuevo modelo de negocio se extendiera a otros sectores industriales, el impacto positivo para todos sería aún mayor. Las propias compañías tienen una importancia didáctica capital a la hora de lograr que lo anterior se pueda hacer realidad.

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