El Sur Global mantiene la economía de Rusia a flote

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

La respuesta geoestratégica de Rusia a las sanciones occidentales ha alterado ostensiblemente las rutas energéticas globales. Hasta el punto de que los observadores internacionales admiten que se ha producido un auténtico realineamiento geopolítico. Las exportaciones de petróleo y de gas siberiano han pivotado hacia Asia y abandonado su tradicional destino, Europa, con una celeridad inusitada. No solo hacia China e India, sino también a determinados estados del Golfo Pérsico, a socios de la Alianza Atlántica como Turquía o a mercados como el pakistaní o africanos y del Sur Global, que han logrado sortear las exigencias de EEUU, Europa y del resto de miembros del G-7, impulsoras de las represalias a Moscú por la invasión de Ucrania.   

La lucha armada por la expansión rusa y la reconquista ucraniana de ciudades y regiones dentro de la contraofensiva lanzada hace varias semanas por Kiev no es el único factor que está virando los mapas mundiales. Las rutas energéticas han difuminado su cartografía habitual y conectado nuevos itinerarios. La contienda bélica no solo ha reducido, pues, por momentos de manera más que dramática, los flujos de energía, sino que ha reinterpretado la conectividad y otorgado a los suministros un estatus estratégico de primer orden para asegurar los envíos de gas y oro negro.

El sector eléctrico ucraniano ha sido diezmado por las incursiones aéreas y armadas del Kremlin desde febrero de 2022. Más de la mitad de las plantas de generación han sido destruidas o están dañadas, lo que ha creado cortes frecuentes de luz, calefacción y agua que, según estimaciones multilaterales, han ocasionado ya más de 10.000 millones de dólares de pérdidas. La destrucción de la Presa Nova Kakhovaka añadirá todavía más incertidumbre al sector energético y al PIB de Ucrania.    

Occidente ha recibido también un impacto notable. El escenario post-invasión y sus sanciones a Moscú se han combinado con unos inusuales esfuerzos por diversificar sus fuentes energéticas y asegurar sus suministros de petróleo y gas.

EEUU cortó las importaciones de Rusia casi inmediatamente mientras que la UE interrumpió los flujos petrolíferos siberianos a finales de 2022 debido a su alta dependencia de las ventas rusas tras reducir en alrededor del 40% las del gas respecto a sus cotas previas a la guerra hasta dejar sus recepciones por debajo del 10% de esos niveles desde el inicio de 2023.

La política energética europea, además, ha incluido un reforzamiento de las medidas de ahorro y de eficiencia y la aceleración de sus ambiciosos planes de reconversión a las energías limpias. Con incrementos de compras de gas de 28.000 millones de metros cúbicos procedentes de los yacimientos de Noruega, de Azerbaiyán y de Qatar, principalmente. Además de elevar en otros 37.000 millones las compras de Gas Natural Licuado (GNL) de EEUU y de mejorar la flexibilidad y el dinamismo de sus rutas y canales de distribución y abastecimiento del mercado interior una vez se cerraron los gaseoductos Nord Stream con conexión rusa.

Europa, pues, ha logrado adecuar su capacidad de recepción y almacenaje de gas desde varias latitudes del planeta. Pero, en especial, con aliados como EEUU.

En respuesta a este circuito sancionador, Rusia también ha reseteado su mapa exportador hacia nuevos países a los que ha colgado el cartel de clientes estratégicos, tanto por su predisposición a la adquisición de su petróleo y gas como por su alejamiento de las represalias occidentales. Dentro de una dicotomía que la diplomacia del Kremlin pregona con la siguiente premisa: o estás con Occidente o con el resto del mundo. Y que ha hecho a la economía rusa extremadamente resiliente. Porque el PIB ruso acabó 2022 con una modesta contracción del 2,1% con previsiones de que este año vuelva a un escenario de crecimiento leve pero positivo y con mayores ingresos energéticos. En concreto, en 2022 aumentaron en un 28%; casi 37.000 millones de dólares.

El Kremlin, pues, ha reestructurado sus relaciones diplomáticas al margen de Occidente con una alianza que parece resistir el envite del G-7. Principalmente, desde el seno de los BRICS. Aunque países como China, Irán o Qatar no hayan mostrado un respaldo férreo hacia Vladimir Putin tras el intento de amotinamiento del Grupo Wagner con afrenta de su líder, Yevgeny Prigozhin, al presidente ruso de por medio. Tampoco India o Turquía parecen proclives a apoyar sin fisuras a Putin.

Sin embargo, sea como fuere, y a expensas de cómo fructifique el espinoso affaire Wagner y la todavía enigmática eficiencia de la contraofensiva de Ucrania en la contienda bélica, Rusia ya ha hecho oscilar sus intereses geoestratégicos hacia Asia y el Sur Global. Moscú ha logrado una cifra histórica de ventas a China en mayo, con más de 9.700 millones de toneladas de petróleo -más de dos veces el volumen previo a febrero de 2022-, y se ha erigido en el principal suministrador de crudo a Pekín, por delante de Arabia Saudí. Con previsiones de que en 2023 superen en un 40% los niveles del año pasado y proyectos de gaseoductos que consolidan los lazos entre ambos países a medio y largo plazo. 

Entretanto, Moscú refuerza sus vínculos de fidelidad con naciones del hemisferio meridional a los que ofrece energía por debajo de los valores del mercado a cambio de seguridad estratégica. A la espera del resultado de la incierta contienda bélica, en la que Rusia ha dejado una sensación de vulnerabilidad frente a ataques en su territorio y frente a movimientos insurgentes y Ucrania sigue sin tener asegurado un respaldo financiero pleno de Occidente a la reconstrucción de su economía o a su ingreso en la OTAN y en la UE. Un interrogante que, lógicamente, afectará en toda regla al orden global y a los flujos energéticos que impulsarán los futuros ciclos de negocios.