Conclusiones La crisis del Covid-19 ha exacerbado los problemas de endeudamiento que ve-nían gestándose en la última década. El desplome de la actividad mundial y el masivo despliegue de estímulos fiscales, imprescindibles para evitar daños per-manentes en el tejido productivo, dejan como herencia un mundo mucho más endeudado, en niveles sin precedentes históricos. Su gestión es el mayor reto de la era pos-tpandemia, en el que podemos dibujar tres escenarios principales en el corto plazo. El primero, que podríamos llamar de continuidad, en el que paulatinamen-te los países más vulnerables van solici-tando la reestructuración de su deuda al ser incapaces de atender su calenda-rio de amortización. La cesión de dere-chos especiales de giro por parte de los miembros del FMI en este caso podría reducir los casos de impagos. La ma-yoría de las reestructuraciones se ha-rán bajo el paraguas del Marco Común, que está comenzando ya su andadura y es una prueba clave de la cohesión en-tre los acreedores. El segundo escenario estará condicio-nado por el ritmo de recuperación eco-nómica. Un crecimiento más débil de lo esperado podría acercar a más países de renta media a situaciones de crisis de deuda, lo que inevitablemente precipi-taría la búsqueda de soluciones coor-dinadas por parte de la comunidad in-ternacional para estos países, que muy probablemente pasarían por reestruc-turaciones ad hoc, caso por caso, vis-tos los modestos resultados de la DSSI en el caso de los países más pobres. Del mismo modo, un mayor dinamis-mo de la actividad económica impul-sará los ingresos fiscales y la actividad de las empresas, favoreciendo una ma-yor sostenibilidad de la deuda tanto pú-blica como privada en buena parte de los países; estos efectos positivos se-rán menores, lógicamente, en aquellos países con sistemas tributarios de baja capacidad recaudatoria. Finalmente, no puede descartarse un es-cenario en el que tenga lugar un shock financiero que provoque un cambio sú-bito de las condiciones financieras de tal calibre que el mercado no discrimi-ne adecuadamente entre unas econo-mías y otras. Esto desencadenaría “efec-tos rebaño” y salidas masivas de capita-les, lo que situaría a un gran número de países en situación de vulnerabilidad o al borde de la crisis. Lo cierto es que este escenario, a día de hoy, es poco proba-ble a la vista de la cauta actitud que es-tán mostrando los principales bancos centrales con respecto a la normaliza-ción de las condiciones monetarias, así como por las iniciativas del G20 para fa-vorecer una reestructuración de los paí-ses más pobres lo más ordenada posi-ble. No obstante, estos pánicos finan-cieros se han producido en crisis ante-riores que no tenían ni la profundidad ni la amplitud de la actual. Si este fuera el caso, la gestión de la crisis financiera y la resolución de los problemas de en-deudamiento pasarían a ser la máxima prioridad de la agenda global, y posible-mente hubiera una mayor predisposi-ción de los acreedores a reestructurar la deuda, que podría contar, además, con un componente mayor de condiciona-lidad. En este supuesto es muy proba-ble que se apliquen nuevamente medi-das heterodoxas para restablecer cuan-to antes la estabilidad en los mercados. Todos estos escenarios, en mayor o me-nor medida, llevarán aparejada la nece-sidad de aplicar medidas de ajuste para reconducir los elevados desequilibrios fiscales. Es por ello por lo que, casi con total certeza, seremos testigos de un in-cremento de las tensiones sociales y pro-testas generalizadas en muchos países. No olvidemos que otra de las cicatrices que nos deja la pandemia, quizá la más dolorosa, es el dramático aumento de la desigualdad y la pobreza. El FMI calcula que el PIB per cápita para 2022 será un 13% menor a las proyecciones precri-sis en los países desarrollados, compa-rado con un 22% para los países emer-gentes y en desarrollo, lo que acarreará un perjuicio considerable en el bienes-tar de las personas. Este problema tam-poco es nuevo pero, con la crisis sanita-ria y sus dramáticas consecuencias so-bre los más vulnerables, también se ha exacerbado en el último año. Si la vacunación está siendo el antídoto para frenar la expansión del virus y su-perar la crisis sanitaria, la coordinación ha de ser la vacuna económica para re-solver los desequilibrios acumulados. Del ritmo con que se acometa la retira-da de estímulos por parte de las princi-pales economías y de la predisposición de los acreedores a facilitar reestructu-raciones ordenadas de la deuda depen-derá en gran medida la sostenibilidad de la recuperación económica. La comu-nidad científica no ha decepcionado, y en tiempo récord nos ha proporciona-do la ansiada vacuna. Ahora es el turno de los dirigentes políticos y económicos de aunar sus esfuerzos también para li-diar con las cicatrices de la pandemia y sentar las bases para una recuperación sostenible a largo plazo. pandemia de deuda