Conclusión Llegados a este punto, vale la pena re-cordar que, quizás, uno de los mayo-res valores que tiene la Unión Europea para el contexto mundial, es precisa-mente su propio ADN. Su configuración como potencia civil, defensora del li-bre comercio, del multilateralismo y la protección del medio ambiente resulta, en estos momentos de vital importan-cia. Ciertamente, transitamos hacia un mundo multipolar, pero si alguna lec-ción se puede extraer de la crisis vivida en 2020 es que las relaciones interna-cionales continúan teniendo un com-ponente global que no va a cambiar en los próximos años. El mundo necesita que alguien controle y regule su buen funcionamiento. Tradicionalmente, la Unión ha jugado ese papel y así debería seguir siendo. Sin embargo, actuar como ente regulador y normativo no quiere decir que el blo-que europeo no pueda buscar y defen-der sus propios intereses. La Unión Eu-ropea puede seguir velando por los in-tereses globales, mientras persigue los propios. Recuperar la autonomía estra-tégica en el terreno industrial y tecno-lógico no solo habilita a la UE a tomar sus propias decisiones, sino que resul-ta necesario para garantizar la seguri-dad de los ciudadanos europeos. Quizás la Unión Europea no pueda com-petir en el terreno militar o no respon-da con la misma contundencia frente a conflictos internacionales como lo ha-cen otras potencias consideradas “du-ras” como Estados Unidos, Rusia o Chi-na. Sin embargo, puede ser quien siga fijando las reglas del juego en el que to-das las potencias participan. Y alguien ha de ocupar ese papel, ¿no? LA UNIÓN EUROPEA, DUEÑA DE SU DESTINO